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El Telégrafo
Oswaldo Ávila Figueroa, ex docente universitario

El ejercicio legítimo del poder

21 de mayo de 2016

La derecha comenta; ese es el hombre de todos los poderes, en el ámbito de la administración del Estado y de proyección ilimitada, como si se tratara de un reinado o dictadura perpetua. Los articulistas académicos invocan a los sabios de hace mil años para distorsionar el significado del poder y su ejercicio legítimo en el tiempo y el espacio. El diccionario ilustrado de la Lengua Española, en su esencia, define al poder: “Dominio, imperio, facultad y jurisdicción que uno tiene para mandar o ejecutar alguna cosa”.

En la actividad cotidiana, de la familia, instituciones, gremios y sector político, se contempla, en ciertos casos, al padre, rector, líder sindical, gobernante, etc., obrando con honestidad, lealtad a sus principios y eficiencia; y en otros, atrapados por la vanidad, el abuso, la bravuconada y el despotismo.

En el campo educativo, destacados profesionales en los rectorados de colegios y decanatos de las universidades, se han desempeñado por más de una década, respetando derechos, demostrando honradez y sometidos al cumplimiento estricto de leyes y reglamentos institucionales; a diferencia de otros, con uno o dos años en el ejercicio de tales cargos, se asoman burlándose de normas y dedicados a la ansiosa búsqueda del dinero fácil en alianza con sus llamadas trincas.

En el escenario político, desde la era republicana, han brillado gobernantes revestidos de cualidades que justificaron su poder de mando, cumplieron sus promesas y obraron dentro del marco de las leyes en beneficio de los sectores mayoritarios, de las instituciones, sociedad y la patria; mientras otros se movilizaron en el abuso del poder para pisotear a los débiles y proteger sus intereses y de la oligarquía, Allí, de reciente historia, Abdalá Bucaram, magistrado, que perdió el poder político y huyó a Panamá, por sus payasadas y desaciertos administrativos. El exmilitar Lucio Gutiérrez, defenestrado del poder por alejarse de quienes lo apoyaron y aliarse con sus rivales de ayer, por sus promesas incumplidas y su entrega al imperio del norte.

Hoy, cuando la prensa ‘independiente’ y ciertos columnistas pretenden dar lecciones sobre el abuso del poder y el supuesto riesgo de perennizarse, recordemos que el dictador o tirano no asume el poder político por votación popular, sino por golpe de Estado, civil o militar con el exclusivo propósito de recuperar posiciones para él y sus aliados en su carrera desenfrenada por el enriquecimiento ilícito, vida placentera y ocio enfermizo, en perjuicio de los más pobres de la patria.

En democracia, se garantiza el ejercicio de la libertad en sus diversas manifestaciones y el goce del derecho en su multiplicidad; rigen la Constitución aprobada por el pueblo y las funciones del Estado; y se permiten las actividades de los partidos políticos dentro del marco de la ley. En Ecuador, el Gobierno deviene de elecciones libres y el Presidente representa la voluntad popular. Por circunstancias históricas, Rafael Correa Delgado, auténtico demócrata, promueve y dirige un cambio profundo y estructural en el terreno económico y social; y en esencia, mejorar las condiciones de vida de los marginados de siempre. Pierden el tiempo los comentaristas de la oposición al predecir que el ‘correísmo’ ya se terminó, si es el pueblo el que decidirá en su momento si avanza o no el proceso de cambio para su propio beneficio. Se asustaron porque Alianza PAIS, con su Revolución Ciudadana, ha ratificado su firme decisión de seguir en la contienda hasta consolidar los principios del socialismo siglo XXI. (O)

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