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El Telégrafo
Melania Mora Witt

El diálogo: único camino

12 de septiembre de 2015

Una expresión popular dice que ‘hablando se entiende la gente’. Si esto es válido en la vida de las personas, lo es mucho más cuando se presentan situaciones delicadas de cuya resolución depende el destino de colectividades.

Múltiples son los centros de conflicto en el mundo. En muchos casos incluyen la confrontación armada con su saldo de víctimas inocentes, a las cuales no basta con etiquetarlas como ‘daños colaterales’. En África y Medio Oriente se encuentran algunos de los más graves, aunque los cañones retumban en la zona este de Ucrania y no está muy lejano el tiempo en los cuales los pueblos de la antigua Yugoeslavia tomaban con sangre distintas banderas, al fraccionarse la antigua unidad.

Un ministro español, ante el caos provocado por la oleada migratoria, ha dicho abiertamente: “Ha llegado la hora de conversar con Bashar al Asad”. Qué saludable hubiera sido que aquello se acordara antes de que Europa y los Estados Unidos se tomaran la atribución de sacar y poner gobiernos, de acuerdo a sus intereses, provocando una desestabilización mundial, como lo demuestra el éxodo de miles que ahora irrumpen sobre sus territorios. Debieron y deben tomar en cuenta al Gobierno sirio -al que no han podido derrotar como lo hicieron en Libia- y a la oposición, a fin de parar un conflicto que ya dura 5 años y en el cual el salvajismo del autodenominado Estado Islámico puede ser el temible vencedor.

Lamentablemente uno de esos puntos calientes tiene como escenario nuestra América. La frontera entre Venezuela y Colombia es hoy un espacio de confrontación entre países hermanos. Los argumentos venezolanos se centran en la presencia de los tristemente famosos paramilitares que siembran el terror en el territorio bolivariano. Colombia reclama por el desplazamiento obligado de familias que, huyendo de la violencia en su país, se acogen al vecino.

Casi siempre las regiones fronterizas tienen un escaso desarrollo y poca atención estatal, por lo cual el contrabando se convierte en el modus vivendi general. También Ecuador alberga a un alto número de refugiados de igual origen y por las mismas circunstancias. Si hay migraciones masivas, hay que buscar las causas y procurar que los ciudadanos encuentren en sus propios países estímulos que los retengan.

Un diálogo presupone la buena voluntad de las partes para llegar a acuerdos de mutuo beneficio. Por eso Colombia mantiene uno de carácter interno con la guerrilla de las FARC. A veces no es fácil encontrar soluciones, pero siempre es preferible, para todos,  antes que la violencia que solo causa muerte y dolor. Santos y Maduro están obligados por la historia a entenderse y encontrar las formas de que su vecindad se complemente y sea mutuamente enriquecedora.

La Unasur y la Celac están a prueba, pues en este diferendo se juega la suerte de la integración latinoamericana, tan necesaria y anhelada. Si pudieron dialogar y pactar la paz Estados Unidos  con Vietnam y ahora con Cuba, ¿cómo no van a  poder hacerlo los gobiernos de las dos patrias nacidas a la libertad por las manos del mismo padre, Bolívar? (O)

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