En un planeta de vanidosos agresivos y prepotentes, nadie podría imaginar la existencia discreta de Stanislaw Petrov. Pero todos nosotros, inclusive los que están por nacer, le debemos la vida a este hombre.
Fue en 1983, en el peor momento de la Guerra Fría. Una noche, en el Centro de Alerta Temprana de la Inteligencia Militar Soviética, el director enfermó y fue reemplazado por Stanislaw Petrov. En la gran sala, en pantalla gigante, un mapa electrónico de los EEUU mostraba los misiles atómicos apuntando a la Unión Soviética. Una sola luz que parpadease debería obligar a Petrov a responder de inmediato.
Y sucedió: de repente, se disparó la sirena en un estruendo de alarma y las luces estallaron: un misil norteamericano había sido disparado contra Moscú. Esa misma mañana Reagan había dicho: “Destruiremos con una ataque nuclear a la Unión Soviética, imperio del mal”. Aquello había sido algo más que una simple frase. Enseguida, uno cada minuto, se lanzaron otros cinco misiles contra territorio soviético.
Petrov pensó que era un error. No tenía sentido disparar uno a uno los millares de misiles que apuntaban contra ellos. Hubo pánico y descontrol entre todos los presentes. La orden era no perder un segundo y responder con una tormenta de fuego atómico contra los EE:UU. Ante la insistencia de algunos compañeros, Petrov dijo: “Un imbécil de ese tamaño no puede nacer ni siquiera en los mismos EEUU”. Faltaban pocos minutos para que se diera el supuesto impacto nuclear. Petrov tenía entre sus manos el botón rojo. Oprimirlo era desencadenar la tercera guerra mundial. Es decir, la última.
Bañado en sudor frío, Petrov era presionado a gritos para dar el informe al jefe superior que hubiera ordenado el contraataque nuclear. Pero se contuvo. Y en ese momento, de manera inesperada, las alarmas se silenciaron, las luces se apagaron y el equipo reportó “falla en el sistema.”
El planeta se salvó en ese instante. Hubo lágrimas, vodka, hurras y abrazos, en el centro militar soviético. De haberse dado el estallido, en el primer momento habría muerto el 90% de la población mundial. Y los sobrevivientes hubieran envidiado la suerte de las primeras víctimas. Tras dar el informe, Petrov fue degradado por haber incumplido el protocolo de seguridad. Después fue galardonado por las Naciones Unidas y por varios gobiernos. Mire a su alrededor: todo lo que hoy amamos y justifica la vida, existe gracias a Stanislaw Petrov, que hoy, a sus 77 años, vive en un pequeñito departamento de dos cuartos, con 200 dólares al mes.
En ajedrez se muere y se resucita. En la vida no. Petrov, militar y ajedrecista, lo sabe muy bien. Este es un juego suyo:
RD –Petrov, San Petersburgo, 2014
1: CxD; A7A+
2: R2R; C5D+;
3: R3D; C4A mate.