La mañana del pasado miércoles 16 de septiembre, en Bogotá, Carlos Alberto Angulo Góngora se hastió de escarnios y a la requisa policial ‘por las malas o por las buenas’ devolvió en palabras sonoras y verdaderas la carga de ofensas de toda su vida. “Las prisas de los negros son delitos y las de los blancos agenciosos apresuramientos”. Burla afrentosa no inscrita en los códigos policiales para joderle el rato al transeúnte en ‘actitud sospechosa’.
Otra versión idiota de aquello es que “negro corriendo no es un competidor de Usain Bolt”, para nada. Esa cotidianidad de la humillación a la gente negra, ese miércoles en Colombia, se convirtió en un torrente de opinión en la aldea mundial (video viral, dicen los expertos) y por ahí fariseos tirándole piedras a la autora del video testimonial.
Las protestas cimarronas de Carlos Angulo Góngora ocurren todos los días en ciudades de las Américas, anónimas muchas, en ambientes de hostilidad, con algún episodio de solidaridad, la mayoría queda para el fugaz comentario y de vuelta a la costumbre. Por ahí andan las Rosa Parks que afirman su derecho a un breve momento de tranquilidad sin bruscas interpelaciones de estar ocupando el sitio equivocado o petardeando clientela y los Carlos Angulo, target de las sospechas ciudadanas y policiales, por el trenzado rastafari, el merecumbé de la conversación, las dudas atávicas si son buenas maneras y esas prisas del afro-zanquilargo activadoras del nervio racista policial.
Entiéndase bien, el racismo no solo es el acto malafesivo de algún individuo aislado que daña su relación interpersonal, ese es un problema menor y se queda en un amargo episodio anecdótico. La discriminación racial de las policías americanas es la proverbial operatividad del racismo institucional y estructural. Una rápida diferenciación (aunque los dos son complementarios y secuenciales): el primero son las políticas, acciones y procedimientos contra la negritud de cualquier país de las Américas y el segundo es la ideologización de la dominación social y económica apoyándose en la diferenciación perversa de la afrodescendencia. Por eso la sanción a unos ‘malos elementos’ no cambia a profundidad la institución policial y no pocas veces refuerza el llamado ‘espíritu de cuerpo’ hacia la maldad.
Los cuerpos policiales de las Américas todavía son los brazos duros del racismo institucional contra la afrodescendencia e indígenas. Bueno, hay saludables intentos en unos pocos países, por ejemplo, Ecuador.
Este jazzman ha sido testigo del esfuerzo sincero de algunos miembros de la alta oficialidad en modificar esa realidad por medio de intercambios educativos y encuentros que resuelven incomprensiones históricas. Los ejemplos extremos de racismo ‘criminal’ (aunque es redundante se escribe) son las policías estadounidense y brasileña, de lo que se sabe por la prensa. En las ciudades americanas son imprescindibles los airados cimarrones como Carlos Angulo. (O) (Intercultural)