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El Telégrafo

“El día de América ha llegado”, Simón Bolívar, 15 de agosto de 1818

09 de diciembre de 2011

Celac, antorcha mestiza de libertades, ha nacido para ser el foro regional fundamental de los Estados de nuestra América morena, y destinada a ser el interlocutor valido de comunicación intercontinental. Su génesis no podía ser más oportuna, cuando la crisis  económica de los países ricos  cual cataclismo  engendra  terribles  afectos en su población, surge  una estructura regional única  que tendrá que desmontar  el sistema satánico que la vesania imperial estableció  sobre los pueblos latinoamericanos, con la complicidad de  gobiernos de sus propias patrias, entre otros,  y como parte de ellos, la Organización de Estados Americanos, el “Ministerio de Colonias”, como la calificara un gran hombre de nuestro hemisferio, el  fallecido canciller cubano Raúl Roa.

La OEA,  nacida en 1948, en la  Bogotá ensangrentada  por el asesinato de Gaitán y la muerte de cientos de colombianos, sustituyó a la añeja Unión Panamericana, fundada  en 1910, bajo los principios sostenidos por Monroe y otros filibusteros del Derecho Internacional y ha sido la cómplice ufana y complaciente de todas las tropelías que contra  las naciones pequeñas y grandes de las Américas  ha ejecutado el gran imperio.

Recordemos al México de Pancho Villa, a la Nicaragua de Sandino, a la Guatemala de Arbenz,  al Chile de Allende. Nuestro Ecuador  sufrió la mayor mutilación de su heredad en 1942, en nombre del  panamericanismo. Las dictaduras militares   del Cono Sur,  convictas y confesas   de genocidio, las del  plan Cóndor y la economía  social de mercado en el siglo pasado, y en estos últimos años el golpe de Estado contra el presidente Zelaya en Honduras, son ejemplos fehacientes de lo que afirmo.

Pero hoy, 188 años después  del alarido de “América para los americanos”, la creación de la Celac, la Comunidad de  Estados Latinoamericanos y del Caribe, nos muestra a un continente unido, fuerte, con economías sanas, con regímenes políticos  generados por presidenta y presidentes que prefieren la libertad a la genuflexión, sin los entorchados de horca y cuchillo de décadas anteriores. Su alumbramiento, con identidad mestiza y voz  propia, en palabras  de Rafael Correa Delgado, “sin el peso desequilibrante de la visión anglosajona”, augura una existencia muy importante y una permanencia de siglos.

América Latina está dispuesta  a dar la batalla por el progreso y el bienestar, sin tutelas de nadie, con la proyección de convertirse en una de las tres regiones más prósperas del planeta. En una franja territorial superior a los 20 millones de km cuadrados, habitada por más de 550 millones de seres humanos, con las mayores reservas de  petróleo y agua de la Tierra, con la perspectiva -gracias a sus recursos naturales- de alimentar  a toda la población del orbe y con caudales monetarios  más allá de los 650 mil millones de dólares, dos centurias después de su independencia del coloniaje ibérico, está  férreamente hermanada y absolutamente convencida de la necesidad imperiosa de la unión, como lo soñara Bolívar y los  libertadores y fundadores de nuestras repúblicas.

La Celac, como  flamante organización  internacional naciente, debe ser la única representante de nuestros pueblos y su institucionalidad   prevalecer sobre las existentes, sean estas subregionales o multilaterales, parafraseando al mexicano  Porfirio Díaz.

La Celac  viene al mundo. Muy lejos de los Estados Unidos y muy cerca de Dios.

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