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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y el ajedrez

El destino amargo de un hombre dulce

Historias de la vida y el ajedrez
07 de agosto de 2014

Dicen que una herejía es una religión que no tuvo un ejército que la defendiera. Y ha habido más de un hereje sin ejército, es decir, con un destino fatal. Uno de ellos se llamó Davide Tornielli y era llamado Dulcino por lo afable de su carácter. Hijo de tigre sale pintado, afirma la gente. Dulcino no fue la excepción. Era hijo de un sacerdote que abandonó la sotana para integrar un grupo religioso dedicado al robo a los conventos y la práctica del amor libre.

Años más tarde Dulcino, gran conocedor de la Biblia y con estudios eclesiásticos, también lideró un grupo similar que predicaba el próximo fin del mundo y la llegada inmediata de Dios a la Tierra. “Para agradar a Dios –decía–, debemos amarnos los unos y demostrarlo en el amor físico y en la repartición de bienes: nadie puede tener más alimento ni más bienes que su otro hermano. La primera que no cumple ese mandamiento es la misma Iglesia. Debemos despojarla de toda su riqueza anticristiana”. Esa era parte de sus arengas y, para cumplir la tarea, Dulcino y sus seguidores saqueaban iglesias y conventos y repartían la riqueza entre los más pobres.

Al final, diez mil campesinos que lograron huir de la servidumbre del clero y la nobleza formaron el más temible ejército hereje que recorrió distintas regiones de Italia. Hasta que el pánico llegó a Roma. Allí, el papa Clemente V decidió no hacerle honor a su nombre y ordenó una cruzada implacable contra Dulcino y su gente. “Indulgencias plenarias para quien acabe con un hereje”. Es decir, aquel que matara a un dulcinista, quedaría libre de pecados para ir directo al cielo. Miles de pecadores se apuntaron a la cruzada y pronto fueron más numerosos que los dulcinistas. Resultado: los herejes sufrieron derrota aplastante y definitiva durante la Semana Santa de 1307.

Todos fueron pasados por las armas, menos unos pocos líderes, entre ellos el mismo Dulcino y su esposa Margarita. La Iglesia reconocía a Dulcino como un gran pensador. Y la bondad de su carácter era una leyenda. Dulcino era un muerto muy grande, y el Papa quiso darle una oportunidad para que se arrepintiera. Lo hizo presenciar los tormentos de su esposa Margarita. Dulcino no se retractó, fue sometido a peores tormentos, y quemado vivo, con su esposa. Umberto Eco lo inmortaliza en El Nombre de la Rosa, y Nietzsche dice que fue un superhombre: es decir, dulce e inquebrantable. Es la realidad de la que nadie quiere enterarse.

Por suerte existe el ajedrez: todos los crímenes que a diario se cometen en el tablero, no suman la ignominia de uno solo en la vida real.

Mulok_Kostich, Colonia, 1912
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