En época de campaña electoral, es común escuchar a expertos, académicos y analistas hablar sobre los problemas de la democracia ecuatoriana: propuestas inviables, discursos populistas, candidatos ajenos a las tiendas políticas que representan; vídeos “ridículos” en TikTok, debates aburridos, contenidos emocionales; además, están las disputas personales, la compra de votos y las fake news. Frente a este contexto, sugieren los ilustrados el “deber ser” de la política ecuatoriana: confrontación racional de ideas, socialización de los planes de gobierno, búsqueda de consensos y procesos efectivos de participación. Conceptos que, si bien suenan llamativos en entrevistas y conferencias, lastimosamente no coinciden con los comportamientos sociales vigentes.
Las consecuencias negativas de abordar los conflictos y contradicciones electorales a partir de una perspectiva estrictamente intelectual -o como describe bien Umberto Eco, desde un lugar de enunciación de alta cultura-, incluyen la simplificación de las dinámicas y tendencias actuales, la invisibilización del porqué ciertas preferencias, la polarización social y la estigmatización de las conductas de las clases populares.
Es decir, al proyectar el cómo tendría que funcionar el sistema, se asocia el problema con los grupos más vulnerables de la sociedad, quienes por “ignorancia y falta de preparación”, serían los responsables de la degradación de la política. Crédulos y manipulables -dicen-, a fin de cuentas.
No obstante, esta lectura esconde dos grandes sesgos: 1. Las élites educadas son las únicas en la capacidad de elegir y gobernar (por si no sabían, la democracia no fue creada para las mayorías). 2. Las decisiones son racionales. Hoy sabemos que en todos los estamentos existen creencias preestablecidas -base de toda manipulación-, y que las emociones son inherentes a toda decisión; más aún aquellas que se vinculan con intereses, ideologías y estilos de vida. En ese sentido, el “deber ser” confirma estereotipos y mantiene percepciones incompletas del entorno.
Es por ello, que, cuando se habla de la democracia, es necesario comprender que ésta se relaciona con un imaginario que ni en los países más desarrollados se logra cumplir -en Estados Unidos se replican con mayor frecuencia los problemas antes descritos-. El reto está en saberla adaptar a las dinámicas sociales ocultas en el “deber ser”.