El debate es controversia sobre una cosa entre dos o más personas, es contienda, y por ende debatir es discutir, disputar. Y es que esta reflexión es oportuna frente a lo sucedido días atrás ante al llamado del CNE para el debate público entre los candidatos a Inquilinos de Carondelet.
Lo que pudimos observar es que debate en los términos que señalamos no hubo y lo que se dijo por uno y otro ha sido evidenciado en las redes sociales hasta al punto de caricaturizar las intervenciones de los presidenciables.
Nuestros hábitos lingüísticos y culturales muestran que para nosotros tanto debatir como criticar no tienen efectos constructivos. El vocablo criticar es el juzgar de las cosas, fundándose en los principios de la ciencia o en las reglas del arte. Es fundamental que revaloricemos el papel del debate y de la crítica, puesto que se produce el intercambio de argumentos buscando convencer a una parte o esclarecer dudas.
La convocatoria al debate público y obligatorio, entendíamos era el espacio oportuno en donde los candidatos debían confrontar sus diferencias de opinión así como poner en duda tesis o pretensiones con el fin de persuadir y obtener la voluntad popular el siete de febrero próximo. Sin embargo, creemos que el objetivo no se cumplió y más bien se generó un desencanto en quienes esperábamos encontrar estadistas de cuerpo entero y no todólogos como es lo que se pudo evidenciar. Y algo que también estuvo presente es la autosuficiencia, pues nadie habló de los otros poderes para gobernar. Lastimosamente asistimos a baratillo de ofertas, con las excepciones que se dieron y para las que nos sobran los dedos de la mano. Nuestra democracia al parecer está en pañales.
El debate es la oportunidad para examinar ampliamente soluciones y alternativas, abre la posibilidad de disentir, de expresar las dudas y las razones para cambiar de punto de vista. Parafraseando a Galeano, la peor parte de una sociedad manipulada por la política es tener ciudadanos que defienden lo no defendible.