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El Telégrafo
Ramiro Díez

El corazón tiene razones que la razón no entiende

23 de enero de 2014

Matías y Gonzalo eran dos gemelos, que vivían en Asunción, Paraguay, y un día, en un trabajo escolar sobre la familia, llevaron una foto de sus padres. Fue entonces que empezó el drama.

Hay frases que duran segundos, pero tienen efectos devastadores. Un compañero, un poco mayor, le dijo a Matías: “¿De verdad pensás que sos hijo de esos dos? No te parecés. Son muy misteriosos, tus padres. Investigá”.

De misteriosos, nada. Eran autoritarios, muy religiosos. Una noche, a la hora de la cena, Matías tomó un panecillo antes de la oración obligatoria. El padre le escupió la cara y lo arrastró al cuarto. Lo amarró a la cama. A gritos, el niño suplicó ser desatado para ir al baño. El hombre se negó. Al final, Matías se orinó en la cama. Castigo: durante un mes durmió en el suelo. En ese entonces tenía 6 años. Quizá los padres paraguayos no fueran así de rigurosos. Tal vez por ser argentinos…

Claro. Ellos eran argentinos. Y un día, mirando en el computador, vio a su padre, Samuel Miara, en internet. En Argentina era un tipo famoso. Famoso torturador, y ladrón de niños nacidos durante el cautiverio, de mujeres que él mismo se encargaba de matar y desaparecer.

Matías no aguantó y le contó a un amigo. Escándalo. Denuncia. Examen de ADN. Miara, el “padre” de los chicos, contó todo: la verdadera madre había sido María Rosa Tolosa, tenía 24 años y estaba en el sexto mes de embarazo cuando fue secuestrada en la parada del autobús. Su esposo, Enrique Reggiardo, fue detenido con su madre, el mismo día. En la cárcel, Reggiardo supo que su esposa había dado a luz gemelos, en un lugar de detención. El parto había sido atendido por la médica María Hilda Delgadillo que, al saber de los planes de robo de los pequeños, denunció el caso ante el obispo de la Plata, monseñor Antonio José Plaza. Error fatal: monseñor Plaza, capellán de la Policía y arzobispo de la Plata, denunció a la médica, que dos días más tarde fue desaparecida, con su esposo. Esa misma noche, la madre parturienta y el padre de los pequeños, que no se veían desde el día de su secuestro, fueron arrojados vivos, desde el mismo avión, encadenados, al Río de la Plata. Al día siguiente, Miara, registró a los niños como sus hijos.

Cuando todo salió a la luz, un juez ordenó la devolución de los hermanitos a la familia biológica. En principio, los dos niños se negaron. Acerca del hombre que los había secuestrado en el momento de nacer, partícipe en la tortura y muerte de sus padres verdaderos, dijeron: “Nuestro viejo está enfermo. Si lo abandonamos, ¿quién lo va a cuidar?”. Matías y Gonzalo mostraron una bondad que, seguro, no heredaron del comisario Miara, sino de su madre, María Rosa Tolosa, y de su padre, Enrique Reggiardo, y a los que nunca alcanzaron a conocer.

Comparado con la vida real, en ajedrez se cometen los peores crímenes y son siempre una fiesta:

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