En el otoño de 1863, en una antigua taberna londinense, doce caballeros, entre los aromas del whiskey y la espuma de la cerveza, cerraban un pacto que daría origen al fútbol en su forma moderna. La expansión del Imperio Británico hacia el occidente llevó consigo el fútbol como un exquisito producto de exportación, al igual que el ferrocarril, los tejidos, préstamos y una doctrina de libre comercio. Aquellas raíces no solo nos legaron los deportes con pelotas, palos, caballos y demás, sino que también trajeron consigo sus estructuras organizativas y administrativas. En el siglo XVIII, la aristocracia inglesa dio vida al "club deportivo": un sistema básico de organización de individuos con intereses particulares, que resolvían disputas, establecía reglas, determinaban la elegibilidad, designaban oficiales y organizaban eventos.
El mundo rodó y la pelota también lo hizo. Así, el fútbol de clubes se convirtió en un negocio arduo, costoso y, en muchas ocasiones, ingrato. Los ingresos son volátiles, fluctúan cada año, donde el resultado deportivo manda y el premio lo paga. Los ingresos por derechos televisivos, que constituyen más de la mitad de los ingresos de un club, varían cada temporada. Construir o mejorar instalaciones requiere grandes sumas de dinero. Incluso, los costos de salarios y transferencias de jugadores expanden la burbuja inflacionaria de un mercado libre y poco regulado. Por ende, los dos activos más preciados de un club serán siempre su estadio y su equipo de juego; los cuales son relativamente ilíquidos.
Con la creación de la FIFA y sus diversos organismos continentales, el fútbol se monopolizó e institucionalizó a nivel mundial, funcionando al margen del derecho, en un territorio sagrado donde dicta sus propias leyes. Sin embargo, este modelo tradicional y eterno parece resquebrajarse. En consecuencia, revolucionarios como el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, ha salido hace pocos días desafiando, desmonopolizando e implementando un nuevo modelo de gestión de clubes y campeonatos en Europa; una perspectiva en la que los clubes sean quienes modernicen el propio deporte y no los organismos rectores.
Los clubes determinan sus acuerdos y decisiones en asambleas y reuniones, envueltos en meticulosos procedimientos, entre documentos legales, estatutos, contratos y acuerdos comerciales. La globalización y tecnocracia marcan el fin del fútbol tal como lo conocemos. Sin embargo, el club de la pelota, lejos de aquel tabernáculo de su origen, perdurará siempre; aquel que, por su esencia, es la celebración para los ojos que lo contemplan y la alegría para el cuerpo que lo juega.