El rey persa Ciro el Grande, después de su conquista de Babilonia en 539 a.C., emitió lo que podría considerarse la primera declaración de los derechos humanos; fue descubierta en 1879 y la ONU la tradujo en 1971 a todos los idiomas oficiales.
Hay otros documentos anteriores, como el Código de Hammurabi de Babilonia del siglo XVIII a.C., y documentos medioevales y modernos, como la Carta Magna inglesa de 1215 y la mandinga Carta de Mandén de 1222, asociadas también a los derechos humanos. Sin embargo, todas estas piezas no son reconocidas por algunos historiadores como precursoras de los modernos derechos humanos, por no tener características universales.
Pero lo que atrae mi atención del Cilindro de Ciro, que son realmente dos fragmentos de cerámica grabados en cuneiforme acadio babilonio, es su narración de cómo garantizó la paz, restableció los cultos y permitió regresar a los pueblos deportados de Babilonia. Y esa es la esencia del artículo 19 de la Declaración de los Derechos Humanos: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión”.
Y si es relativamente un viejo derecho del ser humano, ¿por qué hay todavía en el mundo personas acosadas por ejercer este derecho a la libertad de expresión? Considero que sin la capacidad de opinar y ser escuchados es imposible defender los derechos humanos; pero así mismo encuentro que precisamente en esta idea está el origen de la represión a la libertad de opinión.
La capacidad de opinar, siendo un derecho inherente a las personas, está también afectado por todos sus vicios y pecados. Y se vuelve mucho más sensible cuando este derecho es practicado por los periodistas de opinión. No hay periodismo de opinión cuando lo que comunicamos es superficial, inexacto, tendencioso, arrogante, sensacionalista, servil y manipulador. Y la consecuencia es una total falta de prestigio del periodista y de lo que escribe.
Samuel Langhorne Clemens, más conocido por su seudónimo Mark Twain (1835-1910), que aparte de gran escritor fue un brillante periodista, lapidariamente decía: “Habiendo fracasado en todos los oficios, decidí hacerme periodista”. Nuestra libertad de expresión, especialmente la que ejerce el periodista de opinión, no puede ser partidista, connivente con los grupos de poder, distante de los ciudadanos y, por supuesto, no podemos caer en el exabrupto y la descalificación gratuita y no argumentada.
Como un simple aprendiz de periodista de opinión, comparto totalmente las palabras de Andrew Vachss, nacido en 1942, escritor estadounidense, abogado de profesión y experto en legislación para el cuidado infantil: “El periodismo es la protección entre la gente y cualquier clase de regla totalitaria. Es por eso
que mi héroe, obviamente dañado, es periodista”.