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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz - cmurilloruiz@yahoo.es

El 'Chapo' no está solo

18 de enero de 2016

La industria del entretenimiento ha puesto a circular varias historias en torno al caso de Joaquín Guzmán, el ‘Chapo’. En un juego de espejos, los medios y varios cronistas —por no decir ‘analistas’— han perfilado unos episodios salpicados de alguna exquisitez literaria… a la mexicana, y retocado el mito del narco más reputado es una suerte de corrido a lo Pancho Villa.

Pero esa industria ha cuidado muy bien los entresijos entre política y distracción mediática, pues no conviene que la gente, a la vuelta de la esquina, empiece a hacer comparaciones odiosas. Por ejemplo, que se diga que el crimen organizado es un remedo ¿cruel? del funcionamiento de las entidades públicas y privadas que organizan y controlan, coercitivamente, la vida social de México desde hace casi un siglo, cuando a un partido se le antojó, como clarividencia política a largo plazo, institucionalizar la revolución a través de un recurso subliminal: glorificar la violencia, pero enseguida subyugar la política (y las armas) a los dispositivos estatales.

Si se mira bien, hoy, el fenómeno narco adopta, tal vez sin querer, el estereotipo de la telenovela mexicana de las últimas 4 décadas. Por si fuera poco tanto el gobernante actual de ese país como el ‘Chapo’ Guzmán comparten una veleidad común: ambos tienen por referente (doméstico) de la cultura popular a mujeres que pertenecen al set de las telenovelas, y que han levantado su poder gracias al reflejo condicionado de unas industrias que hipnotizan y lucran con la brevedad del amor y la caricaturesca lucha de clases en guiones armados para pulir una realidad ciertamente envilecida.

Ahora mismo en los medios lo del ‘Chapo’ es una telenovela como lo fue en su momento la campaña electoral del actual mandatario mexicano. Sumergidos en esa piscina televisiva de las pasiones y ternuras entre pobres y ricos, se olvida que el ‘crimen organizado’ no puede crecer y surtir tantos réditos sin que algún tornillo estatal no apriete esa especie de motor de la narcopolítica. O sea, un crimen integral e integrado. Por eso no admira que varios voceros estatales de allá y otros ¿empresarios mediáticos? prefieran publicitar la versión telenovela para soslayar el complejo núcleo del tráfico/consumo de drogas, por lo menos, en América, de norte a sur o se sur a norte.

Es indudable que dicha versión, acogida por el mercado de la fugacidad (a nivel de un ligero drama literario), podría llegar a tener una existencia autónoma y alimentar adaptaciones —acaso— legítimas para el imaginario popular y ventajas para el poder endogámico. Sin embargo, ciertos productos sociales (de belleza o perversión) hallan en la literatura bien trabajada un cosmos propio y estilizado de verosimilitud, pero sin las gastadas moralejas. Para muestra allí está el ‘género’ de la narconovela del mexicano Elmer Mendoza. Entonces, no se trata de denuncia o erizo en un tema tan difícil como el protagonizado por el ‘Chapo’ Guzmán, sino de separar, por un lado, los elementos de drama literario de un cuento increíble y real; y, por otro, los resortes de un crimen organizado y potenciado por fuera y por dentro de la ley y el cúmulo de sus efectivos tutores. (O)

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