Dominique Pelicot y otros cincuenta hombres han sido denunciados y están enjuiciados por los tribunales de Francia por violación a Gisele Pelicot, una valerosa mujer, abuela y jubilada de una empresa francesa, quien se ha atrevido a denunciar las indignidades cometidas por su esposo que luego de drogarla introducía a una serie de hombres para violarla mientras ella estaba en estado de inconsciencia.
Como pruebas exhibe los espantosos videos que el depravado violador grababa de los actos de violación y que los tenía guardados bajo el título de “abusos”. Todo esto ha conmocionado a la sociedad francesa y mundial que se ha pronunciado abrumadoramente en respaldo de la víctima, Gisele Pelicot.
Este juicio, en el que se exhiben los videos como pruebas en contra de los acusados, es también una denuncia atroz contra las sociedades machistas, aquellas que utilizan a la mujer como una cosa, como un objeto en el que dan rienda suelta a sus más bajos instintos, pero también pone de relieve, una vez más, la violencia a la que la mujer está sujeta, siendo su casa, como lo hemos dicho en una serie de ocasiones, el lugar más peligroso.
Sabemos que buena parte de los delitos en contra de las mujeres se cometen por personas cercanas, de su entorno, delitos que tienen que ver con la violencia física, la sexual, la psicológica y que actúan en detrimento de las capacidades de las mujeres, de su autoestima, de su desempeño en las mismas sociedades a las que se pertenecen.
El caso Pelicot, monstruoso en todas sus dimensiones, debe resolverse con las penas más altas para los violadores, especialmente en contra del marido, el instigador y ejecutor de todas las barbaries cometidas en su esposa.
Debe servir de lección, de advertencia, como la misma denunciante, con toda la valentía lo dice, ella lo hace por todas las otras mujeres, las que sufren violencia, las que son víctimas permanentes del acoso, de la violencia, de la violación, como en este caso, vergonzoso y angustiante.