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![Iván Rodrigo Mendizábal articulista](https://www.eltelegrafo.com.ec/media/k2/users/ivanZrodrigoZmendizabalZarticulista.jpg)
Tomamos como un caso esta polémica película del francés Jacques Audiard, “Emilia Pérez” (2024). Y digo un “caso” en el sentido de un asunto que llama la atención y, al mismo tiempo, un acontecimiento curioso que tiene el envoltorio de un producto cinematográfico que circula como parte del entretenimiento global.
Desde ya, “Emilia Pérez” viene aparejada por una cantidad de nominaciones al Oscar hollywoodense, aparte de que ha ganado varios premios internacionales, entre ellos como mejor película en los Premios del Cine Europeo, el Globo de Oro, el FIPRESCI y el premio de la audiencia (ambos en el Festival de Cine de Estocolmo). Lo mismo en el Festival Internacional de Toronto o el Premio de la Asociación de Críticos de Cine de Washington y el del Círculo de Críticas Mujeres de Cine de Estados Unidos. En Francia ha conquistado el Premio Lumière y así…; en esta lista hay que pensar en otros premios para actores, actrices, guion, sonido, etc. Sin embargo, pese a la cantidad de premios y nominaciones, la película de Audiard ha desatado, sobre todo en Latinoamérica, la ira de muchos públicos al punto de entrar en el círculo de la cancelación.
Y no es para menos. “Emilia Pérez” tiene como fondo el mundo del narcotráfico, de los desaparecidos por su causa y, además, los extraordinarios procesos donde los victimarios terminan siendo elevados al pedestal de los santos, todo ello dentro de un paquete cinematográfico de alta estética: es decir, es un musical muy sofisticado, un trabajo audiovisual que seduce en cuanto a sus tomas, a su puesta en escena, al manejo casi coral de varios actores, a su ritmo que lleva a introducirse al espectador inmediatamente en la trama. En este contexto, sorprende el trabajo fotográfico, la coordinación de la danza para ofrecer escenas que tienen dimensiones simbólicas, además de una cierta poética respecto a sus imágenes que hacen pensar en las lóbregas oscuridades como terrenos en los cuales el cine, en este caso, explora problemas que parecen ahora del día a día. Por alguna razón, incluso Audiard pretende llevar su historia entre lo realista, lo fantástico, lo gótico, hasta con un cierto tono de realismo mágico.
Si la referencia es directa a México, y aunque el director se empecine en mostrarnos la realidad de los carteles y de la criminalidad en torno al narcotráfico en dicho país, de hecho, la película hay que considerarla, en el nivel metafórico, como una representación sobre Latinoamérica, en particular los países (como es el caso de Ecuador) donde la violencia y el dolor social que se vive es por causa de su presencia.
Hasta acá, sin embargo, la intención. Cuando uno empieza viendo “Emilia Pérez”, cree que la trama va a ir por el camino de la desesperanzada lucha de alguna abogada forzada por las circunstancias del poder y de la corrupción a tener que tranzar con estas a riesgo de no quedar mal parada; incluso la película va explayándose que una de las causas que motiva el mundo oscuro del crimen organizado tiene que ver con la corrupción estatal, la cual mina, asimismo, el mundo de lo social. El deterioro de las condiciones de vida no se explica sino por ese efecto, es decir, cuando todas las instituciones que deberían asegurar una socialidad más bien digna. Por otro lado, el filme engaña cuando, entre las canciones y diálogos, aparece la idea de hablar sobre los desaparecidos, de recuperar su memoria, pero, sobre todo, la necesidad de recuperarlos, pese a que pudieran estar muertos. En este sentido, cuando vamos adentrándonos en el metraje de la obra, pensamos que “Emilia Pérez” estaría yendo por el camino de ser un alegato para que se haga realmente justicia.
Insisto, el filme se queda pronto en las meras intenciones. Porque inmediatamente se devela la otra cara de la trama: un capo que opta por la transexualidad, no tanto porque sea un deseo oculto, sino porque con ello quiere proteger a su familia y a sí mismo. Lo curioso es que, luego de cumplir con este primer sueño (hecho que pudiera haber derivado al filme a cuestiones quizá más intimistas, más relacionadas con cuestiones contemporáneas relacionadas con la identidad individual), la historia va por una especie de acto de contrición por el cual el capo intenta recuperar los cuerpos de quienes sufrieron la violencia producida por los carteles de los cuales forma parte.
Y he aquí el problema: pues tras un discurso que en apariencia pretende ser reivindicativo y otro que se perfila como el de un arrepentimiento, intentando con ello saldar con lo social sus actos e invocar el perdón divino, “Emilia Pérez” se presenta como un estereotipado producto de mal gusto. En realidad, el filme se perfila más bien como una apología del delito que, en el contexto latinoamericano, en las condiciones distópicas que se viven en la actualidad, no tendría que ser plausible. Es probable que para directores como Audiard y su equipo, para gente de otras latitudes que consideran la realidad del continente como fabulesca, “Emilia Pérez” vendría a ser una muestra de dicha realidad (lo que demuestra la cantidad de premios y nominaciones extranjeras que tiene). Lo cierto es que, independientemente de que haya una cultura sembrada por el narcotráfico, el miedo y el terror en extensas regiones de esta parte del mundo son el pan de cada día, cuestión que, en efecto, nos hace pensar en hasta qué punto renunciamos a las utopías.