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El Telégrafo

El caos como salida

21 de junio de 2011

El hombre recibía mi denuncia con franco malestar. No era mirada lo que de soslayo ensayó algunas veces; era desprecio. En su cara todo delataba el malestar que mi escrito le ocasionaba. Yo seguí como un necio porque no había remedio. Tanto tiempo que había preparado mis motivos; tanto tiempo conteniendo esta especie de bronca que la exclusión, la inequidad, me habían provocado.

La Constitución establece como derechos fundamentales la educación, la salud, la vida digna. Pero demasiados ecuatorianos y ecuatorianas han vivido por debajo de la línea de la pobreza, sin eufemismos: en la miseria. Esa condición que de ninguna manera propone una salida y que condena a tanta gente a vivir sin esperanzas, como si, en verdad, algo los había condenado a ese pasar miserable, sin escapatoria.

Al lado, con impaciencia, unas personas empezaron a pedir atención al juez, traían una demanda bastante distinta a la mía. Le dijeron que ellos, en representación de la clase media, exigían una medida cautelar para detener el incremento en las tarifas de energía eléctrica. Unas pocas personas se habían sumado a los tres, dos hombres y una muy mediática mujer, la Sarah Palin de nuestro país, y eran exhibidos como representantes de ese pueblo que iba a sufrir lo indecible por los nuevos valores de la luz.

Ante esta especie de encrucijada para el juez, yo que deseaba tomar un camino, los otros que francamente torcían para otro lado, se produjo un pequeño silencio, casi nada, porque el juez ya había desvelado, con su mirada fulminante, la que yo había recibido, y la placentera, con mueca incluida, dirigida a los recién llegados, lo que había decidido: aceptaría el recurso de los de Madera de Guerrero y a mi me exhortaría, después de poner un inútil sello de recepción, a que abandone el juzgado y lo deje en paz.

No había remedio, es que la presencia de los canales de televisión, que también habían tomado partido, como que hizo su parte en el desenlace. La justicia, esa justicia que nunca había velado por el cumplimiento de los principios constitucionales del buen vivir, optaba por atender a los de siempre que ahora desempolvaban el argumento de que todos somos iguales y por eso no hay posibilidad de tarifas diferenciadas. 

Semejante hipocresía, otra burla, se nos espeta siempre con tal de mantener este capitalismo salvaje, depredador, que no admite redistribución alguna. La voracidad ilimitada sigue empujando a la misma naturaleza, la intrínseca y la que nos rodea, al despeñadero, como que si el caos fuera la única salida.

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