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El Telégrafo

El burocratismo y sus excesos

26 de agosto de 2011

Nadie podría negar la necesidad  de la  existencia  de  empleados, trabajadores,  ejecutivos, técnicos, en  la administración de las funciones del Estado y de las   instituciones de gobiernos nacionales y locales   y, además, de las  empresas particulares, las   que juntas  realizan  la actividad económica, productiva y de servicios,  societaria, bancaria y administrativa de  nuestro país, tanto en el sector público  como en el privado. Pero también nadie podrá aseverar  que dichas  acciones  tan importantes para la marcha de la nación se cumplen con la eficacia y eficiencia, al igual que   con la  calidad y calidez que  merece el usuario  y que  corresponde  al  sentimiento de la mayoría del conglomerado social  ecuatoriano.

El burocratismo es un vicio que alcanza los dos sistemas sociales y políticos que se confrontan  en el mundo: el capitalismo y el socialismo, y desde luego es una rémora para el progreso  popular; así por ejemplo, la exageración del papeleo, la mecánica  del seguimiento de órdenes superiores, muchas de ellas inconsultas y crueles, hacen estragos en  espacios  de iniciativa privada o gubernamentales tan vitales como los de  la educación, la salud, la bancaria y de seguridad, sustancialmente  por su actitud negativa ante el trabajo cotidiano.

Sus  consecuencias  pueden ser tan graves, no solo por la metamorfosis que significa sustituir la masa gris de nuestras neuronas por la materia  de confección  de  sillas y el escritorio, y evidentemente  por  cambiar la lógica de la inteligencia humana  por el  capricho del poder temporal, que es el  significado que muchos  de nuestros burócratas le confieren al ejercicio de un puesto o nombramiento,  pero más que todo por  la interacción  nefasta  que implica que,  en lugar de pensar y actuar, se responda frente a un  pedido ciudadano  con apoltronamiento o estereotipos, grosería o prepotencia.

El antídoto contra  los excesos del burocratismo,  sin lugar a dudas, es la actividad creadora del pueblo  que supone  no solo denunciar sus males, de   igual manera  incentivando  la racionalización de   las ejecuciones laborales, proyectar la  dinamización    de los servicios  que se ofertan, o de similar  modo,  exigiendo -con cortesía no exenta de firmeza- el cumplimiento de nuestros derechos constitucionales, pero por sobre todo sustentar   la voluntad  de desembarazarse de la rutina inmoral del amiguismo, el soborno o la dádiva, costumbres engendradas en el  pasado por  contubernio monstruoso de  la partidocracia y algunos dirigentes sindicales.

Hace poco, en la matriz del  Banco de Fomento, en Guayaquil, fuimos testigos  de hechos  que motivan mis asertos, y que ojalá   posibiliten  las rectificaciones requeridas, pues no hacerlas  implicaría  que los conceptos anquilosados o las ideas yertas  del pretérito siguen en gloria y majestad  en ese organismo vital para el desarrollo.

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