Nadie podría negar la necesidad de la existencia de empleados, trabajadores, ejecutivos, técnicos, en la administración de las funciones del Estado y de las instituciones de gobiernos nacionales y locales y, además, de las empresas particulares, las que juntas realizan la actividad económica, productiva y de servicios, societaria, bancaria y administrativa de nuestro país, tanto en el sector público como en el privado. Pero también nadie podrá aseverar que dichas acciones tan importantes para la marcha de la nación se cumplen con la eficacia y eficiencia, al igual que con la calidad y calidez que merece el usuario y que corresponde al sentimiento de la mayoría del conglomerado social ecuatoriano.
El burocratismo es un vicio que alcanza los dos sistemas sociales y políticos que se confrontan en el mundo: el capitalismo y el socialismo, y desde luego es una rémora para el progreso popular; así por ejemplo, la exageración del papeleo, la mecánica del seguimiento de órdenes superiores, muchas de ellas inconsultas y crueles, hacen estragos en espacios de iniciativa privada o gubernamentales tan vitales como los de la educación, la salud, la bancaria y de seguridad, sustancialmente por su actitud negativa ante el trabajo cotidiano.
Sus consecuencias pueden ser tan graves, no solo por la metamorfosis que significa sustituir la masa gris de nuestras neuronas por la materia de confección de sillas y el escritorio, y evidentemente por cambiar la lógica de la inteligencia humana por el capricho del poder temporal, que es el significado que muchos de nuestros burócratas le confieren al ejercicio de un puesto o nombramiento, pero más que todo por la interacción nefasta que implica que, en lugar de pensar y actuar, se responda frente a un pedido ciudadano con apoltronamiento o estereotipos, grosería o prepotencia.
El antídoto contra los excesos del burocratismo, sin lugar a dudas, es la actividad creadora del pueblo que supone no solo denunciar sus males, de igual manera incentivando la racionalización de las ejecuciones laborales, proyectar la dinamización de los servicios que se ofertan, o de similar modo, exigiendo -con cortesía no exenta de firmeza- el cumplimiento de nuestros derechos constitucionales, pero por sobre todo sustentar la voluntad de desembarazarse de la rutina inmoral del amiguismo, el soborno o la dádiva, costumbres engendradas en el pasado por contubernio monstruoso de la partidocracia y algunos dirigentes sindicales.
Hace poco, en la matriz del Banco de Fomento, en Guayaquil, fuimos testigos de hechos que motivan mis asertos, y que ojalá posibiliten las rectificaciones requeridas, pues no hacerlas implicaría que los conceptos anquilosados o las ideas yertas del pretérito siguen en gloria y majestad en ese organismo vital para el desarrollo.