Como educador, quisiera expresar una idea que vengo madurando durante algún tiempo y tiene que ver con las relaciones que se tejen entre el Buen Vivir y la educación. El Buen Vivir, lo sabemos, es un paradigma epistémico que orienta el levantamiento o la reconstrucción de un proyecto social de carácter local, nacional, y ojalá, regional y mundial.
Este paradigma debería tener impactos, tanto en los aspectos de organización productiva y de organización político-administrativa, como en el marco simbólico que permite el ordenamiento y lectura de la realidad, y desde esta perspectiva el Buen Vivir debe también ser comprendido en sí mismo como un proyecto educativo en la medida que tiene la misión de dotar a la sociedad de aquellos elementos que le permitan transformarse a sí misma, principalmente a partir de la crítica y de la emancipación ideológica de modelos de organización injustos e imaginarios que no se corresponden con las aspiraciones de equidad, de solidaridad, de justicia y de libertad.
Sin la educación del Buen Vivir, nada puede cambiar, y en este esquema vuelve a ser importante la figura del docente políticamente formado, que en su labor de enseñanza permite el aprendizaje y el florecimiento de los aprendices, pero que –además– se constituye en un sujeto propulsor del cambio social y de la transformación de la historia.
El docente del Buen Vivir tiene la gran responsabilidad de contribuir al aparecimiento de nuevas identidades y subjetividades que configuren la nueva ciudadanía global articulada al respeto a la vida y el cumplimiento de los derechos humanos, uno de los cuales es, sin lugar a duda, el derecho a la educación de seres humanos completos.
La realización de ese perfil docente, en todo caso, es una de las prioridades del nuevo proyecto político del Buen Vivir. (O)