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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

El aula virtual: vitrina de la vergüenza

17 de enero de 2021

Apenas ingresé a formar parte de la planta docente de la Universidad Central me asignaron una clase a las siete de la mañana. Debido a esa incómoda hora, di un margen de espera y comuniqué a los estudiantes que cerraría la puerta luego de ese lapso. En días subsiguientes, por dos ocasiones, un grupo de estudiantes varones patearon la puerta del aula de clase, decidí no abrir. Si bien yo tenía a mi haber experiencia académica, me sentí intimidada;  en la tercera ocasión salí fuera y hablé con ellos sobre el incidente, nunca más se volvió a repetir.

La convivencia en el aula no es un lecho de rosas, está plagado de conflictos y malestares. Sin embargo, en el aula siempre hay una situación de poder, el docente siente que debe imponer autoridad con la idea de que así puede gestionar mejor su clase. La cuestión es que muchos de nosotros, en lugar de autoridad, imponemos autoritarismo, y una serie de prácticas que van desde los típicos regaños, tratos diferenciales, expulsiones, correcciones públicas, indirectas, hasta abiertas amenazas.

El rol del docente sigue asentado en la jerarquía del adulto junto al poder que proporciona el conocimiento, añadido al título. Esta triada se convierte en una situación explosiva al interior del aula, un espacio impenetrable que ahora, gracias a la virtualización, se ha convertido en una vitrina de la vergüenza.

En el incidente ocurrido recientemente, el docente justifica esos tratos degradantes por su exigencia de “respeto” y honestidad en el cumplimiento de tareas. Se falta el respeto para exigirlo del otro, es la gran contradicción en donde frecuentemente nos embarcamos en nuestros intercambios sociales, en una sociedad profundamente jerarquizada como la nuestra.

La escuela, de algún modo, refleja nuestra sociedad autoritaria y sus múltiples tensiones, donde termina imponiéndose el que tiene mayor poder y jerarquía. Como pudimos observar, el docente, en lugar de constituir un soporte para el o la joven en proceso de aprendizaje, la termina humillando. Así la autoridad no procede del reconocimiento y la legitimidad ganada por la forma como educa y sus conocimientos, sino que viene de la violencia y las reacciones de temor.

Es imprescindible convertir las aulas en espacios de convivencia y buen trato, a través de estrategias de capacitación y prevención, porque el daño que hacemos a cada uno de nuestros estudiantes muy fácilmente puede replicarse en una espiral de violencia.

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