Los escribanos arrimados a los medios privados de comunicación que facturan como editorialistas, padecen de estrabismo filosófico: cuando les conviene evaporan los deslices de los propietarios y empresas vinculadas que viven de la renta emanada de grandes negocios y evasión fiscal. Pero si los protagonistas de cualquier hecho insignificante son funcionarios de un gobierno legítimo y honrado, enderezan el foco visual, lo distorsionan e imaginan atropellos a las libertades que ellos jamás respetaron.
Este periodismo mendaz y cicatero, que hace malabares con el sofisma, como un patrón de razonamiento aparentemente correcto, es la herramienta utilizada por el ex embajador José Ayala Lasso para, en un editorial publicado por diario El Comercio, de la capital de la República, mentir sobre el departamento que el Presidente de la República compró en Bélgica. Su argumento falaz, no por las falsas conclusiones, sino por incurrir en errores que nacen del juego de palabras, pone en duda la legitimidad de los $ 600.000 pagados por el Banco Pichincha, a causa de una indemnización, y saca al ruedo la valoración del daño moral, evadiendo el tema y dejando regado el veneno.
Para nadie es desconocido que el Primer Mandatario fue perjudicado hace diez años por esa entidad financiera, y el juicio fue iniciado antes de posesionarse en el cargo. Por ello es evidente que más le preocupa al escribano defender los intereses de ese banco que los de un ciudadano ecuatoriano que sufrió un grave perjuicio, sin que jamás los banqueros se tomaran la molestia de contestarle sus cartas ni enviar una misiva de disculpa. Si el señor Ayala Lasso tiene la certeza de que Rafael Correa está evadiendo la tributación, ¿por qué no lo denuncia y cumple con su responsabilidad ciudadana? Ah, pero utiliza el “Ipse dixit” (él mismo lo dijo) para descalificarse y olvida detalles de generosidad y desprendimiento, seguramente para él insignificantes, como las joyas que le obsequió un jeque árabe a la esposa del Mandatario y fueron subastadas con el propósito de enviar lo recaudado a una institución social sin fines de lucro.
¿Sería capaz el ex diplomático de marras de hacer lo mismo?
Seguramente no.