Corrían vientos de otoño en la cosmopolita ciudad de Ginebra. Recuerdo como si fuera hoy, la noche que asistí al Palais des Nations para escuchar a la líder paquistaní Benazir Bhutto. Me impresionó su hermosa presencia carismática, su mirada inteligente profunda y la claridad junto al convencimiento de su discurso político. Pero de toda su exposición, siempre me quedó para mi reflexión permanente, su opinión respecto al amor.
Aquella noche, alguien del público le preguntó acerca de cómo resolvió, a su regreso a Paquistán, la posible contradicción que podría suponer su formación en el destierro y educación universitaria occidental vivida en Londres y la responsabilidad que le esperaba en el gobierno paquistaní. Ella, una mujer social demócrata admiradora y suscrita a la Internacional Socialista, a su regreso del exilio a Paquistán, le esperaba, a más de la responsabilidad política, un consorte escogido por los intereses del partido.
La pregunta que le hizo alguien del público, era que lo más lógico o esperado, hubiera sido su rompimiento con la tradición y su negativa a aceptar el esposo seleccionado. Pero no. Criticó la visión occidental acerca del amor. Pues, ella decía que los occidentales contraen matrimonio por amor, pero se divorcian por intereses y necesidades económicas, sociales y políticas. En cambio, la aristocracia paquistaní se casa por intereses y necesidades económicas, sociales, políticas y, que el amor llegaría después… Es decir, la lógica es inversa entre las dos culturas.
Sin duda, subyace a esta concepción oriental una cosmovisión pragmatista y utilitarista. Pero dentro de Occidente también existen cosmovisiones, si no pragmatistas, distintas y diferentes. Por ejemplo, se me viene a la memoria el último libro del filósofo argentino Darío Sztajnszrajber: El Amor es Imposible.
El filósofo argentino con el título provocativo de su libro trata de deconstruir esa idea del amor trascendental, etéreo, abstracto, heredero de la tradición judeo cristiana del amor único. Su visión coincide de alguna manera con la cosmovisión de oriente en cuanto se inclina por un amor de ese momento, asible, concreto, sensible a la permanente actualización. Sostiene que solo cuando dejemos de creer en el Amor (con mayúscula) podremos enamorarnos.
Renuncia a esa idea del único amor que forza aparentemente a un innato ensimismamiento que vive el ser humano para dar un salto a ese amor terminal que finalmente se concreta en el encuentro con el Otro, pero que rápidamente se desvanece y va en búsqueda de uno nuevo.
El verdadero Amor, para ser tal, debería abandonar ese nivel de normatividad. Dejar de convertir ese sentimiento en un monoteísmo del amor. Declinar esa ambición o creencia por la trascendencia contaminada con una visión religiosa.
Con aquella renuncia va arrastrando lo que serían las características del verdadero amor, es decir, el riesgo, la osadía y el vértigo. El amor, entonces, se vuelve inalcanzable. En esto se identifica con la concepción del filósofo griego. Para Platón el amor implica el deseo, una aspiración al bien supremo. El quien supone la perfección de las cosas donde el alma llega a la forma más perfecta y bella. El amor platónico está limitado por la empiria, porque se queda en lo físicamente bello, y por lo tanto lo idealiza y cree que el amor es inalcanzable. El amor perfecto tan sólo existiría en el mundo de las ideas, pero no existe en el mundo real. En el “mundo real” sólo existiría intereses económicos, sociales y políticos.
Platón, junto a Darío Sztajnszrajber coincidirían desde Occidente, con Benazir Bhutto en que el Amor es Imposible…