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El Telégrafo

El ambicioso y la traición

06 de agosto de 2011

La ambición en su significado se integra con la traición. Ambos desvíos de la conducta humana se enlazan y convierten al hombre o a la mujer en el ser más indigno  y despreciable. Es preferible compartir con un enemigo confeso que con un judas, refugiado en tu propia  residencia, listo a venderse por migajas. La ambición se manifiesta en el desmedido empeño por conseguir,  en el tráfico de la existencia, poder, dignidades o fama mediante argucias y mañoserías. El traidor  con artimañas oculta sus ambiciones hasta alcanzar  sus aviesos propósitos. Finge lealtad y con disimulo actúa como adalid de causas nobles, adula y aplasta  a sus rivales para asegurar, a cualquier costo, fama,  dinero o poder efímero. La ambición culmina, inexorable, en la traición. Como referencia, Edmund Burke, decía: “Bien sabido es que la ambición tanto puede  volar como arrastrarse”. Con sarcasmo, Julio César exclamaba: “Amo la traición, pero odio al traidor”.

En el transcurso de la historia se registran casos de traición. La muerte del “Viejo Luchador”, Eloy Alfaro, tramada por el sector de la derecha de su partido; y el asesinato de Antonio José de Sucre, abatido en Berruecos, por los  traidores de esa turbulenta época. Hoy se repiten  sucesos con similares causas, la ambición ilimitada, en  las instituciones públicas y privadas, en el ámbito político y educativo. En las sombras se movilizan  los ambiciosos y traidores en busca del “estiércol de la gloria”.

En la Asamblea Nacional se evidencia un deplorable caso de traición a los principios de la Revolución Ciudadana, de un destacado dirigente identificado en la lucha por un mundo mejor, pero que “cayó” por su atropellada ambición de alcanzar  una importante dignidad en el parlamento ecuatoriano. Seguramente arrepentido y abandonado  por sus aliados de ayer, y hoy engañado por imaginarios benefactores, busca un refugio para  acomodarse en su soledad.

Muchos suponen, equivocadamente, que para servir al  país es indispensable llegar a un sitio de dirección o  mando. El hombre o mujer formados en valores y  sobre la base de buenos ejemplos de su hogar, maestros y  gobernantes, se encuentran listos, desde cualquier sitio de  trabajo, a cooperar en la construcción de un nuevo  orden, donde imperen la paz, el bienestar y la justicia social.

Nada hay tan oportuno que arrepentirse para enmendar yerros. Todos los seres humanos se equivocan, pero  lo importante es cambiar de rumbo en busca de la verdad.

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