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El Telégrafo

El 30-S llega a Macondo

01 de octubre de 2011

Con la llegada de Rebeca al próspero Macondo, a quien los Buendía adoptaron como hija, apareció también la peste del insomnio que produjo la peste del olvido. Fue así como les quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaron por guacamayas para que los forasteros se las pusieran en señal de estar sanos.

Fue en esa época que José Arcadio Buendía comenzó a etiquetar todos los objetos para recordar sus nombres, pero el método comenzó a fallar cuando las personas también olvidaron leer. Al primer Buendía se le ocurrió fabricar la máquina de la memoria, siguiendo el espíritu de los gitanos.

Esta metáfora, que se lee en el capítulo tercero de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, tal vez explique en algo el 30-S, donde atrás de la sublevación de los policías en busca del pago por sus medallas se escondía -y se esconde- una conspiración anclada en el pasado y que apela a la desmemoria.

No se entiende de otra manera el interés por decir que los acontecimientos del Regimiento Quito -donde por primera ocasión un pueblo iba a rescatar a su Presidente y no, como todas las veces, a echarlo a patadas- nunca sucedieron. Todo fue un show, dicen, como si una variación del “Tema del traidor y el héroe”, de Jorge Luis Borges, hubiese sido cumplida con todos sus detalles, hasta los muertos frente a las cámaras.

La señora de Burgos, quien escribe en un diario porteño, dice no encontrar motivos para recordar el 30-S, y critica hasta la canción producida para la conmemoración. Siguiendo las enseñanzas de los Buendía habría que colocar un cartel a Jorge Cisneros, quien recibió en su cuerpo más de 90 perdigones disparados por algunos policías desquiciados. Mejor, habría que acoplar a los 247 heridos unos carteles del 30-S tipo sánduche -como esos de la Gran Depresión- para que caminen, como judíos errantes, por todos los rincones de la patria, para que nadie pierda la memoria.

Hemos vivido en la amnesia: ¿Quién asesinó al indio Alfaro? (¿y a los alfaros?), ¿Quién desapareció a los hermanos Restrepo? Y nunca nos respondieron la solicitud de Vladimir Álvarez, antes del ataque de Jacobito: ¿Quién se llevó la plata? Ahora hay una pregunta insistente: ¿Quién ordenó disparar? El problema es que los francotiradores, apostados premeditadamente, no se quedaron para responder esas sutilezas.

En el prólogo de “Memorias del fuego”, Eduardo Galeano dice que América Latina no solo ha sufrido el despojo del oro y de la plata, del salitre y del caucho, del cobre y del petróleo: también ha sufrido la usurpación de la memoria. Como que hay gente que no le interesa recordar.

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