La noticia había horrorizado a Bogotá y toda Colombia. Que Santander y sus adeptos opositores al régimen hayan sido cesados semanas antes al asumir el Libertador presidente Simón Bolívar el control total del poder, era una cosa. Que todo momento sea aprovechado para acusarlo de tirano, o que desaprueben cada una de sus acciones políticas y humanas, era otra. Que se lo acuse de impedir que los periódicos hablen contra él y su Gobierno, también era de esperarse. Pero atentar contra quien dio talento y fortuna por la independencia de los pueblos sometidos a la monarquía española, utilizando un piquete de subordinados en su lecho de enfermo, fue lo peor.
Bolívar, víctima de una fuerte afección pulmonar, estaba la noche del 25 de septiembre de 1828 en el Palacio de San Carlos, en Bogotá, acompañado de Manuela Sáenz. Doce civiles y veinticinco soldados al mando de Pedro Carujo atacan por sorpresa a la guardia de palacio y con gritos de “¡Muerte al tirano!” se dirigen a la habitación ocupada por Bolívar y Manuela. Al ver su debilidad, ella lo convence de saltar por la ventana. Tembloroso, pero a buen recaudo, bajo el puente de San Agustín, pasa la noche más fría y larga de su vida. Manuela, sola en la habitación, informa que Bolívar ha partido. Los rebeldes se jugaron la vida para nada y son detenidos. A partir de esa noche Manuela es reconocida por el mismo Bolívar como la “Libertadora del Libertador”.
Carujo fue condenado a muerte. Un consejo de ministros conmuta la pena capital por el exilio de por vida del que más tarde escaparía. El cabecilla del atentado identificado por Carujo sería el general Francisco de Paula Santander. Bolívar y Santander, este último vicepresidente al crearse la Gran Colombia, guardaban una relación difícil. Las urgentes necesidades de la guerra en el Sur generaron sus más graves diferencias. No son pocos los historiadores que encontraron en Santander un ser sediento de poder político y económico, y actuaba seducido por el anonimato y la simulación.
Muchos militares de alto rango y civiles opuestos a Bolívar declarados sospechosos fueron acusados. Santander, hombre cuidadoso de no dejar pruebas y pasar siempre cubierto, solo fue acusado de traidor, pues, habiendo conocido de antemano lo que se fraguaba, no informó ni denunció a los conspiradores del atentado de la noche del 25 de septiembre de 1828, noche en la que Manuela salvó a su Simón.
Un 25-S que no se olvida.