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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

¿Ejecutivo fuerte o Ejecutivo débil? (1)

21 de enero de 2016

En general, un signo de identidad de los sistemas de gobierno contemporáneos es la presencia de un Ejecutivo fuerte. Durante los siglos de auge de las ideas de la democracia liberal, que fueron el XVIII y el XIX, se buscaba un sistema de equilibrios y balances que garantizara las libertades individuales y evitara al máximo la concentración del poder en una sola persona, como había ocurrido en las monarquías de los siglos anteriores.

Pero en ese período de auge del sistema liberal hubo también voces que alertaron a los ciudadanos sobre los riesgos de instituir un Poder Ejecutivo débil, que terminara envuelto en una confrontación política con otros poderes del Estado y terminara anulado en su acción.

Uno de los abanderados tempranos del Ejecutivo fuerte fue el pensador estadounidense Alexander Hamilton, que propuso este tipo de gobierno como la solución para los retos y problemas del sistema democrático. En su periódico El Federalista, Nº 70, sostuvo que:

“Al definir un buen gobierno, uno de los elementos salientes debe ser la energía por parte del Ejecutivo. Es esencial para proteger a la comunidad contra los ataques del exterior; es no menos esencial para la firme administración de las leyes; para la protección de la propiedad contra esas combinaciones irregulares y arbitrarias que a veces interrumpen el curso normal de la justicia; para la seguridad de la libertad en contra de las empresas y los ataques de la ambición, del espíritu faccioso y de la anarquía”.

Pero Hamilton iba más allá de la teoría y buscaba soluciones para la realidad gubernativa concreta, por lo que concluía afirmando que: “Un Ejecutivo débil significa una ejecución débil del gobierno. Una ejecución débil no es sino otra manera de designar una ejecución mala; y un gobierno que ejecuta mal, sea lo que fuere en teoría, en la práctica tiene que resultar un mal gobierno”.

Esos principios de la teoría liberal de Hamilton cobran una importancia singular ahora, más de dos siglos después, especialmente en los países donde el buscado equilibrio de poderes ha terminado por instalar la anarquía legislativa y la feria de ambiciones políticas de los grupos oligárquicos y corporativos.

Y eso es todavía más necesario en los países donde hay un gobierno reformador, que necesita disponer de un ejecutivo fuerte para enfrentar y romper las viejas estructuras de poder y privilegio. Igualmente ahí donde se busca refrenar y eliminar las fuerzas centrífugas que existen dentro de un Estado, tales como los regionalismos extremos.

Empero, es evidente que un poder Ejecutivo fuerte no basta para asegurar el progreso de un país. También se requiere de mecanismos democráticos que respalden los cambios y, en esa ruta, los más adecuados son los de una democracia directa, donde las fuerzas transformadoras que vienen de abajo puedan expresarse y romper la resistencia de las fuerzas que promueven el mantenimiento del viejo sistema, o que buscan restablecerlo. (O)

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