Hubo un momento glorioso en la humanidad, cuando el personaje más famoso no era ningún futbolista ni cantante farandulero, sino un científico. Cientos de personas hacían fila para verlo, tocarlo, o pedirle un autógrafo. Era Albert Einstein. Y él mismo se preguntaba, en plan de broma, por qué lo querían tanto, si nadie lo entendía. Y tenía toda la razón.
Aunque no siempre, ni todos lo quisieron. Los nazis lo declararon enemigo por ser judío, y con mayor razón cuando Einstein afirmó que aunque los alemanes, tan amantes de la obediencia y la vida militar, siempre habían tratado a los psicópatas como héroes, nunca lo habían logrado con tanto éxito como con los nazis.
Para salvar su vida, Einstein llegó a los EE.UU y, como cualquier mortal, buscó trabajo. Tocó las puertas de la U. de Princeton, y cuando le preguntaron por el sueldo esperado al año, Einstein calculó 300 mensuales, es decir, 3.600. El rector lo miró por encima de las gafas, con algo de sorpresa y le dijo que el sueldo era de 3.000.
“No importa…acepto”, dijo Einstein…”Puedo recortar algunos gastos.”
El rector le aclaró que los 3.000 dólares no eran el sueldo del año, sino del mes.
Einstein, generoso, con esos ingresos con los que no contaba, se dedicó a apoyar a grupos de derechos humanos, antifascistas y antirracistas, y fue promotor de la paz con la URSS, para evitar otra guerra.
Por estas razones, La Asociación de Damas Cristianas lo declaró persona no grata, y pidió que fuera expulsado de los EE.UU. “Más de una vez me han rechazado las mujeres…pero no todas a la vez. Estas damas son más complicadas que la física”, dijo el gran científico.
Por suerte, nunca fueron escuchadas. En cambio, acá, la unión de las torres, sí da resultado.
1: Ta8-c8 Y el blanco no tiene salvación.