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El Telégrafo
Marco A. Gandásegui H. Profesor de Sociología de la Universidad de Panamá

Columnista invitado

EE.UU.: las guerras sin fin

20 de agosto de 2016

La campaña electoral en EE.UU. ha tomado un curso pocas veces —quizás nunca— visto en el pasado. Los 2 grandes partidos políticos, el Demócrata —fundado a principios del siglo XIX— y el Republicano —a mediados del decimonono— se han colocado en posiciones políticas sin salida. Por un lado, Donald Trump, el especulador de Nueva York, se tomó el ‘Partido de Lincoln’ mientras que las elites (el establishment) jugaban con evangélicos, conservadores y una masa de trabajadores frustrados que terminaron dándole vuelta a la mesa.

El Partido Demócrata se contentó con presentar a la señora Hillary de Clinton como sucesora y continuadora del presidente Barack Obama. Las bases de su partido se rebelaron y se volcaron a favor de un viejo socialista quien presentó su candidatura a la Casa Blanca sin mayores pretensiones.

El ‘viejo’ senador Bernie Sanders hizo una campaña ‘esquizofrénica’ que le dio espléndidos resultados. Por un lado, atacó a los amigos de Hillary, dueños de Wall Street acusándolos de ser el 1% de los ricos que quieren acabar con la clase media y con el país. Su discurso se prendió a lo largo y ancho de EE.UU. y no pudo ser apagado, a pesar de los millones que invertía la cúpula agazapada en los bancos más grandes de Nueva York.

Por el otro, sin embargo, Sanders no atacó el flanco más débil de la Secretaria de Estado. Su falta de credibilidad y mensajes monótonos no fueron objeto de críticas por parte del candidato de la ‘izquierda’. Esta tarea la asumió el Partido Republicano y su candidato, Donald Trump.

Trump no solo le saca sus trapos sucios, acusándola de promover la pérdida de empleos y los tratados comerciales que exportan puestos de trabajo. También la coloca a la cabeza del grupo de ‘halcones’ liberales de Washington. La asocia a las guerras en el Medio Oriente, las amenazas a Rusia y el cerco contra China. Trump ha demostrado que Hillary es la peor candidata a la Presidencia de EE.UU. que pudo haber seleccionado la elite financiera del Partido Demócrata. Lo único que la salva es que Trump es aún peor. Desde la década de 1960 (Barry Goldwater), el Partido Republicano no ha tenido un peor candidato.

Según Hillary, el magnate de los casinos favorecería a los ricos con reformas tributarias y les daría contratos petroleros, minerales y forestales que destruirían el ambiente.

El problema que enfrenta el mundo actual es que ambos tienen razón. Hillary es asesorada por los ‘halcones’ más decididos a desestabilizar o a declararle la guerra a cualquier país que no se someta. Pareciera que en su orden del día está contener a China, arruinar a Rusia y, de paso, declarar las guerras necesarias para subyugar al resto del planeta.

Trump puede ser menos sofisticado, pero sus objetivos son muy parecidos. Mientras que Wall Street y Hillary juegan a escala global, Trump tiene una visión más vinculada a la economía de EE.UU. Sus enemigos son México y China que, en su opinión, juegan según las reglas de la banca financiera anglonorteamericana. El discurso cae muy bien en los sectores más golpeados y frustrados por la recesión económica casi permanente. (O)

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