Me encontré una frase de Robespierre que dice que el secreto de la libertad radica en educar a las personas, mientras que el secreto de la tiranía está en mantenerlos ignorantes. Frase acuñada en el siglo XVIII, pero que los educadores acríticos insisten en utilizar sin darse cuenta de que estamos en otro siglo y en condiciones de funcionamiento de la sociedad absolutamente diferentes.
Sin restarle mérito, desde luego, a lo que en su momento fue una proclama progresista, ahora tendríamos que decir que existen otros mecanismos que insisten en mantener intactos los intereses y privilegios de quienes detentan el poder. Ya no articulados, desde luego, a la violencia de la ignorancia, sino a una educación acrítica que entiende como bueno, válido y único, el sistema en el que vivimos. Esa educación que podríamos denominar como educación de la dominación, no plantea la sumisión, pero tampoco plantea de manera explícita la liberación.
Es una educación mediocre revestida con el velo de la neutralidad política, que de manera excepcional plantea el conocimiento superficial de los derechos, algo de historia, pero nunca el entendimiento de las condiciones de la injusticia y las formas para su superación, pues no las tiene, no las conoce, no ha investigado sobre ello. La educación para la dominación cuenta con más recursos para que el educando pueda ser asimilado por la sociedad. No importa la condición, en este esquema la escuela tiene una responsabilidad limitada a la instalación de esas competencias, entendidas como fundamentales para la supervivencia de las personas en esa selva desigual y caótica llamada sociedad.
Así, la educación para la dominación tiene como condición entender el hecho educativo como la pieza de una máquina, pero nunca como el fundamento de un proyecto de emancipación y cambio de la sociedad a través de la formación de nuevos y mejores seres humanos. Mirar con seriedad este argumento supondría el inicio de una revolución social que la educación tradicional no está dispuesta a considerar, y para ello tiene sutiles pero eficaces mecanismos de presión basados en el miedo, la precariedad, la burocracia y el vaciamiento de la figura del maestro como formador político