¿Para qué nos educamos?, para perfeccionar el sistema de control o para ampliar la libertad. Naturalmente hay quienes piensan que para alcanzar un mundo mejor sencillamente hay que cumplir con la ley.
Pero la ley es un marco de regulación que nunca es absoluto, si bien regula la interacción de la sociedad, como producto histórico debe corregirse constantemente, ya que es un instrumento estático, mientras la vida de la sociedad es dinámica y cambia, así como los criterios de lectura y valoración de la realidad, y es verosímil pensar que en un momento dado la ley podría entorpecer no solo la dinámica y el cambio social sino la libertad.
La historia está repleta de ejemplos de esto. Por eso el criterio de verdad no puede ser normalista sino que debe ser político, y ello nos ubica en una tensión contemporánea que es definitiva: la Sociedad frente al Estado. Mientras mejor organizada esté la Sociedad Civil, menos dependerá del Estado y mayores serán sus instrumentos de defensa contra las precariedades a las que nos somete el capitalismo, así como a las imposiciones y eventuales arbitrariedades del sistema de regulación que por naturaleza es conservador.
Necesario decir que una buena política requiere nuevas personas y estas nuevas personas requieren otro tipo de educación, una educación que no cree ciudadanos que se contentan solo con el cumplimiento de la norma y el ejercicio del voto cada cierto tiempo, sino seres humanos humanistas que puedan dialogar entre sí a pesar de sus diferencias, que ejerciten su opinión y hagan oír su voz frecuentemente en los espacios públicos destinados a pensar y decidir colectivamente sobre aquellos aspectos que son consustanciales para la vida colectiva (como la defensa del agua por ejemplo), sin intermediarios y hasta alcanzar acuerdos válidos para todos. La pregunta ¿Para qué nos educamos? es una de las variantes de la pregunta ¿Cómo construimos un mundo mejor? (O)