En estos días, mientras visitaba una de las extensiones educativas de Irfeyal, la impresión fue cautivante, ver hombres y mujeres de distintas edades, condición social y física; las aulas denotaban nuestra diversidad y multiculturalidad; las coincidencias giraban en torno a: estudiar por un futuro diferente, conseguir mejor empleo, vencer el miedo, recuperar la autoestima...
Algunos estudiantes valoran el esfuerzo y paciencia de los profesores-voluntarios, aunque son críticos con el sistema y piden un recambio en la metodología para adultos, con tareas menos exigentes donde se considere su etapa laboral, familiar, horarios, experiencias. Aquí interviene el modelo de educación andragógico, basado en las exigencias del adulto, el cual decide qué y para qué estudiar, según su necesidad.
Paulo Freire enseñó un nuevo camino para la relación entre profesores y alumnos con renovaciones pedagógicas, porque, según su teoría, el conocimiento no se transmite, se construye; criterio que comparte el jesuita Pedro Niño: “Intercambiamos experiencias humanas formidables de la vida”. Cuando uno de los estudiantes se identificó: “Soy drogadicto, alcohólico, con múltiples problemas, pero tengo esperanza”.
Su testimonio me permitió la interrogante. ¿Cómo entender la realidad de estas personas que apuestan a la educación para salir de la sumisión social? La respuesta parece estar en la solución a un problema matemático que debe resolver el Estado, pero que también merece la articulación y trabajo de diversos sectores de la sociedad.
En el proceso histórico que vive nuestro país, es urgente la reforma del conocimiento (de la educación), recuperar las inteligencias dispersas, los espíritus resignados; para ello se debe brindar mayor apoyo a las instituciones que cooperan, crear líneas de crédito para estudiantes y docentes, formar educadores con vocación misionera, solidaria, cívica y ética, sin olvidar la fórmula de Platón (Eros), el amor al conocimiento y a compartirlo.
Repensar la educación con una estrategia, desde la propuesta de Edgar Morin con los siete saberes: curar la ceguera y garantizar el conocimiento pertinente, enseñar la condición humana y la comprensión, la identidad terrenal, enfrentar las incertidumbres, y la ética del género humano; con estos básicos elementos podríamos aspirar al sueño de Leonidas Proaño: “Construir la sociedad perfecta”. (I)