En mis reflexiones post formación MBA, estaba el “deber ser” de las instituciones financieras (IF’s), como la Banca: sus oficios no solo deben estar destinados a la “colocación-captación” de dinero (recibir la confianza de la gente mediante la entrega de su dinero y con ello estos viabilicen la concesión de créditos a quienes lo demandan) en pro del desarrollo económico; sino también que esta labor bancaria, en general, tenga como visión el que sus clientes operen en el sistema de manera responsable, a través de la formación cognitiva de ellos, en el corto plazo, en lo concerniente al mundo financiero, bancario y ético, cultivando así -en ellos- una cultura financiera, en el largo plazo, que incremente aún más el desarrollo económico local y, simultáneamente, acelere el progreso social. Esta formación es conocida como educación financiera.
Y es que la educación financiera es vital para asimilar en los usuarios, por mencionar varios aspectos: el valor del dinero en el tiempo; el hábito del ahorro; el adecuado uso de una tarjeta de crédito (dinero no es donado, ni de propiedad del dueño del Banco ni mucho menos del Estado; es de los depositantes); lo que se puede (derecho irrenunciable a exigir) y no se puede (obligaciones de estricto cumplimiento) hacer en el momento del usufructo de los productos y servicios bancarios que se hayan solicitado o proveído; la licitud. La trascendencia es evidente. Bendito Dios en nuestro país se dispone a las IF’s implementen espacios de educación financiera.
Interrogante: ¿Se ha medido la calidad de dichos espacios? No. Justificación: reinstitucionalización seria del órgano de control desde 2019, con una nueva autoridad designada. Y en el poco tiempo ha dado resultados: propuestas a las reformas del Código Monetario y logró “cambiar el chip” institucional pro suscripción de convenio municipal en Guayaquil. Adelante, por más convenios universitarios de colaboración social. Educación financiera es de rédito social. (I)