Una de las demandas más sentidas de la población, sobre todo de los padres y madres de familia, es la de que, en la educación formal, es decir en la escuela, se den los lineamientos claros de los comportamientos cívicos y éticos de los niños y jóvenes.
Comparto esa preocupación, lo hice cuando ejercía las funciones de Ministra de Educación, Cultura y Deportes, allá en el año 94, cuando trabajamos arduamente para que en la malla curricular constara el eje de educación en valores, que comprendía tanto los tradicionales conceptos de ética y cívica, como también la preocupación por el entorno, lo que se llama ahora ecología o educación medioambiental, lo que podríamos llamar la moderna cívica, con el cuidado de la casa grande que es el planeta.
Durante los años de la denominada revolución ciudadana, estos conceptos fueron desvirtuados y más bien se privilegió la catequesis política por sobre los temas que hablan de moral, de ética, de los valores, en suma, que deben ser parte de la formación, en todo proceso educativo.
Por ello aplaudimos el que se restablezca el estudio de la ética y de la cívica en el curriculum educativo, aunque nosotros lo concebimos, más que como una materia con carga horaria, como algo que impregne todos los conocimientos que se impartan, en todas las asignaturas.
Así, si el profesor enseña matemáticas, tendrá que contener un contenido, ético, de justicia distributiva, de solidaridad, para que, al mismo tiempo que se adquieran conocimientos sobre el cálculo y la matemática, los niños aprendan a ser más comprensivos, más justos, más solidarios.
Si colocamos a la ética y a la cívica como conceptos que deben estar inmersos en toda la carga horaria, probablemente seremos mucho más eficientes y tendremos mejores resultados.