A través de los recorridos por el país, suelo enterarme de lo que piensa la gente, de sus deseos y aspiraciones, más todavía si estos son en el ámbito de la educación.
Desde hace ya algún tiempo, uno de los temas que suele aparecer recurrentemente en los establecimientos educativos es el que tiene que ver con el de la educación especial y la insistencia en la inclusión.
Me parece que en Ecuador no se ha debatido de debida manera el tema, y simplemente se creó una normativa que obliga a que todos los establecimientos educativos reciban en los diferentes niveles a niños y jóvenes con capacidades especiales.
De esa disposición general tienen que hacerse cargo las autoridades en cada escuela o colegio, sin que se tome en cuenta si es que los maestros están preparados para recibir en las aulas a niños con síndrome de Down, con autismo y una variedad de situaciones, simplemente en aras de la tan manida inclusión.
La mayor parte de las veces los maestros no tienen ninguna preparación para manejar esa diversidad, tampoco tienen ayuda en el aula o asistentes que les permitan dedicar el tiempo que este tipo de niños y jóvenes requieren.
Tampoco los niños y jóvenes están preparados para ello, lo que desemboca en desajustes, en problemas que pueden acarrear bullying u otro tipo de situaciones nada beneficiosas para el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Por otro lado, y en aras de esa inclusión, se desmantelaron o se desatendieron las instituciones especializadas, dejándolas con nulos o muy escasos recursos, lo que ha generado que muchos niños que lo requieren ni se integren en la educación regular, ni cuenten con espacios especiales para su atención.
Los grados de profundidad en los diferentes síndromes tampoco se toman en cuenta a la hora de determinar si es o no pertinente el trabajar en la inclusión educativa. Tengo la esperanza de que estas reflexiones ayuden a focalizar una verdadera política adecuada para la educación especial. (O)