Para llegar al espacio se empieza teniendo los pies sobre la tierra. Hace pocas semanas vimos como los millonarios, con visión, Jeff Bezos a bordo del Blue Origin llegaba al borde del espacio, al igual que Richard Branson a bordo del Unity. ¿Arriesgaron su vida? Claro que si. ¿Se acordaron del accidente del trasbordador espacial Challenger de 1986 que se desintegró 73 segundos tras su lanzamiento? Seguro que sí. Pero también confiaban en sus empresas y sus capaces equipos a cargo de investigar, desarrollar, construir, ensamblar, probar, comparar, errar, acertar y demás procesos en la cadena de producción de una nave con el sencillo desafío de transportarlos al espacio, pero con el gran detalle de asegurarse que sea un viaje “turístico” de ida y con boleto de regreso a casa, vivos.
Toda esta organización requirió de esfuerzos de empresas privadas, apoyo militar, fondos de inversión, y por supuesto, todos en sociedad con las universidades. Es que la educación superior, a través de la ciencia, investigación y transferencia del conocimiento, es parte de la ecuación que ha permitido que ellos lo hayan probado y demostrado personalmente, y ahora todos tengamos la expectativa de llegar al espacio o, incluso, a Marte.
Su mensaje es muy claro: los cambios potenciales a la sociedad humana son posibles. Para ello se requiere de la estrecha colaboración de jugadores clave como la empresa privada, las agencias militares y las universidades. Todas buscan un mismo fin, pero con objetivos diferentes, las primeras esperan maximizar su rentabilidad, las segundas buscarán reafirmar la seguridad, mientras que la universidad busca garantizar sus valores fundamentales de investigación y desarrollo, planeación a largo plazo, interdisciplinaridad, enfoque a capacitación constante y desarrollo de profesores, todos al servicio de la comunidad, de su país y porque no del mundo.
La educación superior ha tenido siempre desafíos importantes, pero la vara que ponen estos excéntricos personajes deja en un punto de inflexión a las universidades e institutos tecnológicos, donde el desarrollo y la transferencia del conocimiento no son cosa para el mañana, sino para ayer. Donde la agilidad académica de ofrecer programas y carreras, la versatilidad de los contenidos, la necesidad de los profesores de pensar y hacer pensar a sus estudiantes por fuera de “la caja”, del supuesto limite, nos obliga a ir tan fuera y tan lejos como pensar tener una clase en Marte.