El país, tras el conflicto con el Perú de 1941, quedó devastado. Poco sirvieron las promesas de recuperar el territorio ni las arengas y no pasaría una década hasta que se compuso esa suerte de entierro simbólico que es “Vasija de barro”, a ritmo de danzante: “Yo quiero que a mí me entierren / como a mis antepasados / en el vientre oscuro y fresco / de una vasija de barro”. Curiosamente, los versos fueron redactados en las contrasolapas del libro “En busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust, según cuenta Oswaldo Guayasamín -e indica el libro- en un video que reposa en el Archivo del Ministerio de Cultura.
Carrión pensó en la teoría de la patria pequeña que podía ser salvada por la cultura: “Si no podemos ser una potencia militar y económica, podemos ser, en cambio, una potencia cultural nutrida de nuestras más ricas tradiciones”. Pensó en pueblos con una geografía pequeña, pero que, a lo largo de la historia, habían demostrado que en la diferencia radica también una propuesta al mundo.
¿Qué imaginario, sobre bases reales, podemos pensar ahora de Ecuador, un país que representa el 0,17% de la superficie del planeta? Primero saber que somos un megapaís, sin esa retórica chauvinista. Ecuador posee el 11% de vertebrados de la Tierra, pero si se compara esto por unidad de superficie (tamaño del país), tenemos el mayor número, con casi 11 especies por cada 1.000 km². Con apenas una extensión de 256.370 km² ha sido calificado entre los 17 países más biodiversos del mundo.
Una hectárea promedio del Parque Nacional Yasuní contiene más especies de árboles (655) que todas las especies nativas del territorio continental que abarcan los Estados Unidos y Canadá juntos, sin contar que en esa misma hectárea viven 100.000 especies de insectos, esto es la diversidad estimada (plantas o animales) más alta del mundo.
Eso dice el prólogo del libro “Megapaís”, del Ministerio del Ambiente, que concluye que Ecuador alberga una mayor cantidad de animales y plantas por kilómetro cuadrado que el resto de países del mundo, convirtiéndolo en el país más megadiverso de nuestro planeta azul.
No es casual que el profesor Robert Armstrong, citado por el futurólogo Alvin Toffler en su libro “La revolución de la riqueza”, afirme que vamos hacia una economía basada en la biología, donde los “genes sustituirán al petróleo”. Y lo señala claramente en su importante informe: “En un mundo basado en la biología, nuestras relaciones con Ecuador (por citar un país representativo…) serían más importantes que con Arabia Saudí”. Hay que tomar nota de esta propuesta.