La decisión del Ejecutivo de disolver una Asamblea Nacional que concluyó su gestión con un 4% de aceptación y en la que, desafortunadamente, atestiguamos escándalos, desatinos, desaciertos y hasta “honorables” jugando en sus dispositivos móviles en uno de los momentos más críticos de nuestro país; indiscutiblemente fue una jugada política que aunque predecible, no fue altamente cuestionada.
Esto tiene sentido ya que, a la escasa gestión del legislativo, se atribuye el que no se hayan logrado consolidar procesos políticos y de toma de decisiones. Los datos lo evidencian: De 573 proyectos de ley presentados, apenas 10% fueron aprobados por el pleno en segundo debate y 5% promulgados como leyes, dejando temas tan esenciales de lado, como el Código de la Niñez y el de Salud.
El cuestionamiento tanto al Ejecutivo como al Legislativo, sumado al vacío institucional y a la crisis de legitimidad en las instituciones del Estado, han sido en gran parte los causantes de la compleja situación que vive el Ecuador. Por tanto, más allá de si la decisión de aplicar la muerte cruzada fue correcta o no, tema que corresponde a los constitucionalistas; el tema trascendental que hoy por hoy convoca a la población ecuatoriana, es enfocarse en qué sigue y cómo mantener una democracia donde haya al menos un mediano equilibrio entre los poderes del estado.
Es fundamental entender que un proceso democrático debe madurar, el tiempo para la convocatoria a elecciones es muy corto – y está próximo –. Ello podría complejizar la identificación de los mejores cuadros, tanto presidenciables como para asambleístas, a más de que la fragmentación política actual y el débil sistema de partidos, que más se han configurado ahora como empresas electorales, podría dificultar la generación de alianzas y concertaciones necesarias para brindar una alternativa viable al país.
La posibilidad de renovación de las autoridades debe ser vista como tal: una renovación en donde no tengamos que elegir entre la peor opción y la menos mala. Es impensable creer que lo que hemos visto en la clase política últimamente, es lo mejor que existe.
Para lograr ese gran pacto al que aspiramos y esperamos que se dé, es fundamental hacer un ejercicio de autocrítica y promover espacios de reflexión que permitan abordar las prioridades del país, bajo la lógica de propuestas pragmáticas y acciones concretas.
La carrera electoral debería girar en torno a aglutinar ideas, elevar el debate y deponer egos y posturas. Esperamos dar un salto notable del cálculo político a la intencionalidad de trabajar por el país, con plena conciencia de los desafíos que existen, porque existe un hartazgo generalizado de que nos distraigan con “pan y circo”.
Ojalá lejos de la ineficiencia, fuera de autoritarismos y de caudillismos, podamos como ciudadanía asumir nuestra responsabilidad y pagar esa deuda tan grande que tenemos como electores con el Ecuador, y que es elegir bien; porque ostentar un cargo de representación pública, no puede ni debe ser patente de corso.