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El Telégrafo

Ecuador en la historia

01 de diciembre de 2011

Este es el nombre con el que acaba de presentarse en Santo Domingo, República Dominicana, un libro de mi autoría, escrito a propuesta del Archivo General de la Nación Dominicana y la embajada del Ecuador en ese hermano país.
No suelo escribir sobre mis propios libros, porque puede parecer un ejercicio de egolatría. Además, tengo presente el decir popular que afirma que “alabanza en boca propia es vituperio”. Pero este es un caso muy particular, pues se trata de una obra escrita a pedido de un país hermano, que quiere conocer mejor al Ecuador e informar a sus ciudadanos acerca de nuestra historia.

No conozco a ciencia cierta los motivos que llevaron a esta institución dominicana, afamada por su eficiencia y su gran producción editorial, a interesarse por nuestra historia nacional. Pero supongo que uno de ellos ha sido el creciente interés que el pequeño Ecuador concita en la opinión pública internacional a raíz de su exitosa Revolución Ciudadana, que le ha permitido revertir su dependencia y encaminarse por el camino del desarrollo autónomo.

Grave fue la responsabilidad puesta sobre mis hombros. Debía sintetizar en unos cientos de páginas la riquísima trayectoria de nuestro país, que en total tiene unos quince mil años de historia. Pero acepté el reto, pensando en el compromiso que, como ciudadano y como intelectual, tenía y tengo con los sufrimientos, las luchas y los sueños de mi querido país.

País esencial el nuestro, cuyos primeros habitantes domesticaron, antes que nadie, el maíz, los pimientos y algunos otros alimentos fundamentales, que luego pasaron a diversas partes del continente. País que, con sus culturas originarias de Valdivia, Chorrera y Machalilla, fue cuna de las otras grandes civilizaciones americanas. País audaz, que se extendió por el Este hasta la desembocadura del Amazonas, por el Sur hasta cerca de la actual Bolivia y por el Norte hasta la costa atlántica, aunque reducido finalmente al territorio que pudo ocupar y defender. País libérrimo, que resistió fieramente a la conquista y a la dominación colonial, y que alzó, él primero, el pendón de la independencia nacional, recibiendo a cambio el bautismo de sangre de 1810. Y también país de alta cultura, de notables escritores, pintores, escultores, compositores y cineastas, que han buscado expresar de diversos modos las vibraciones del alma nacional.

Esa es parte de la riquísima historia que hemos buscado resumir en las cuatrocientas cincuenta páginas de este libro. Si lo hemos logrado o no, es cosa que solo podrán determinarla los lectores.

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