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El Telégrafo

Ecoturismo

29 de mayo de 2011

Hace muchos años que hemos agregado el prefijo “eco” a casi todo lo que hacemos. Tenemos ecolodges, protegemos los ecosistemas, tenemos productos que dicen ser ecológicos, incluso nos consideramos un país ecológicamente avanzado al darle derechos legales a la naturaleza.

Si transitamos por la vía Riobamba – Quito todos los días veremos gigantescos tráilers cargados de miles de troncos de eucalipto con diámetros de cinco a treinta centímetros, lo que significa bosques talados irracionalmente, montañas peladas a merced de lluvias que retiran la capa fértil y producen desertificación y derrumbes.

Una zona biológicamente valiosa y paisajísticamente paradisiaca, las selvas del norte esmeraldeño -parte del “Chocó”- es taladas todos los días, matando la biodiversidad, pero sobre todo las esperanzas de una vida digna para los miles de ecuatorianos que viven en la miseria junto a empresas millonarias que convierten  las trozas en aglomerados para exportación.

La “industria” maderera que siempre argumenta que genera empleo, mata el futuro de Ecuador y da una excelente calidad de vida a los guardas forestales que se hacen de la vista gorda.

La línea agrícola devora los páramos, lo que disminuye paulatinamente el abastecimiento de agua a las ciudades y a la agricultura de los valles.

La tala de los bosques nublados en las estribaciones de la cordillera occidental, desaparece un  ecosistema tan valioso que un turismo direccionado a los mismos puede generar empleos y bienestar a miles de familias. En vez de ello, por la tala permanentes lodazales bajan y azolvan los lechos de los ríos de las llanuras de la Costa, produciendo inundaciones, destrucción de cultivos y la ruina de miles de familias.

En la Amazonia ecuatoriana las carreteras dan ingreso a miles de personas que talan y cazan con desesperación varios kilómetros a la redonda, sin tomar en cuenta que cada animal que matan es un niño condenado a padecer hambre, a no tener escuela y a migrar a engrosar  los cinturones de miseria en las ciudades que disparan la delincuencia.

Las “culturas ancestrales” no paran de ingerir diariamente toda la “carne de monte” que pueden, es decir monos, guantas, perezosos y todo lo que nosotros llamamos “biodiversidad”.

En las ciudades pequeñas no se ven aves por la cultura de nuestros niños de lanzar piedras o flechas a cualquier animalito que ven; en tanto que en las grandes la contaminación y el ruido alejan toda forma de vida.

En este entorno, por supuesto que nuestro turismo es ecológico.

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