En la columna anterior, fortaleciendo mi postura al ser académico, aterrizándola gracias a mi condición de ciudadano de a pie y, revistiéndola de mayor objetividad en virtud de no ser miembro de organización política alguna, básicamente realicé ciertas puntadas para intentar tejer un bordado que represente parte de lo que en la academia se viene señalando en materia económica; en concreto y enfocándonos especialmente en aquellas comunidades políticas en vías de desarrollo, un esquema económico novedoso, absolutamente incluyente de la diversidad de criterios (y obviamente actores), donde las diferencias se subestiman para valorizar y priorizar los puntos concordantes. En buen romance, la consecución del tan ansiado Desarrollo Sostenible (DS) a partir de la “suma de manos” entre el Estado, la Ciudadanía (considerando, desde luego, a la academia) y el Mercado.
Ahora bien, solicitando las debidas disculpas por ser repetitivo, estimo propicio seguir sustentando mi lectura con base en lo que profesa Don Jean Tirole, ganador del Premio Nobel de Economía 2014, respecto a que el principal rol del Estado para con el Mercado está en el arbitraje responsable: siendo serio en el establecimiento de las reglas del juego y actuando para mitigar precisamente ahí donde el Mercado falla. En suma, Tirole nos lleva a mirar que la relación Estado y Mercado debe transitar a la modernidad en aras de que el entorno social avance en DS: de la sustitución del segundo por parte del primero, a la complementariedad de ambos para efectivamente lograr igualdad de oportunidades.
Circunscribiéndonos al contexto ecuatoriano, los pasos dados por el presidente Lenín Moreno en materia económica han sido los adecuados (pudiendo discutir si la estrategia debe tomar un ritmo mayor), finiquitando así la relación poco moderna Estado-Empresa. Es claro que la posición tomada –bendito Dios– no es deprimir al sector empresarial. Es momento de pensar en la economía social de mercado. (O)