Con frecuencia oímos hablar de economía circular, de economía verde, de la amarilla, de la naranja, en fin, de economía de diversos tipos y colores, pero creo que ha llegado la hora de hablar de otro tipo de economía, de la “economía de cercanías”.
La pandemia, la necesidad de circunscribirnos a un pequeño radio de movilidad alrededor de nuestros hogares, de nuestros espacios vitales, nos ha puesto a pensar en cómo será este mundo dentro de la incertidumbre que todavía marca este coronavirus del que pocos, hace unos cuantos meses, sospechábamos que iba a cambiar dramáticamente nuestras vidas.
Pero también debemos pensar en lo inmediatamente posterior, inclusive si se descubre una vacuna o una medicina efectiva. Y es que las economías, al igual que la salud y la educación, el sistema de vida al que estábamos acostumbrados, han sido severamente afectados y probablemente costará un tiempo el que se restablezcan.
En la economía, con la destrucción del turismo, los caminos diversos de la globalización, se quedaron sin las autopistas de la comunicación real, para dejarnos con la velocidad de vértigo de las comunicaciones online; pero el flujo del comercio seguramente continuará afectado, y si a esto se suma, el empobrecimiento de buena parte de la población que pierde sus empleos o ve sustancialmente disminuidos sus ingresos, tenemos que pensar en alternativas válidas, que servirán también, en gran medida, para paliar la grave situación ambiental que acosa al planeta.
Por ello queremos plantear la necesidad de mirar en nuestro entorno, de consumir lo que producen nuestros vecinos, los que tenemos cerca, sea productos agrícolas o elaborados, lo que dará una mayor racionalidad al comercio, evitando los costos enormes de la transportación y de innumerables intermediarios.
La economía de cercanías puede ser una gran alternativa, que va a redundar en un beneficio directo para los pequeños productores, pero también para los consumidores, restableciéndose la escala humana en las transacciones.
Entiéndaseme bien, no estoy opuesta a las grandes empresas ni a las multinacionales, pero la economía de pequeña escala seguramente acortará las brechas, puede significar el que se vuelvan menos duras las asimetrías y que se pueda encontrar soluciones a los problemas que los grandes mercados han generado.
Hay que volver los ojos a las relaciones de vecindario, a las posibilidades creativas de los que tenemos en el entorno. ¿Hacer trueque como ya se está realizando en Galápagos y en algunos vecindarios de las ciudades? Sí, tal vez, recreando vínculos y lazos que se perdieron, sin dejar de ser una sociedad global que las comunicaciones, la ciencia e inclusive las políticas medioambientales demandan. (O)