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El Telégrafo
Antoni Gutiérrez Rubí

Ecología y política en el siglo XXI

05 de julio de 2015

La ‘Ecología política’, como concepto y corriente ideológica nació a principios de la década del setenta, cuando El Club de Roma, una organización integrada por políticos y científicos, publicó Los Límites del Crecimiento (1972). Este estudio fue la primera advertencia global sobre el medio ambiente. De aquel estudio ya  se han producido diversas actualizaciones. La última fue en 2012, 2052: Un pronóstico global para los próximos 40 años. En paralelo, también se han sucedido diversas cumbres, protocolos, declaraciones, conferencias…

En estos años, la sociedad ha desarrollado una cierta conciencia ambiental, debida, en gran parte, al esfuerzo (y presión) de organizaciones ecologistas como el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) o Greenpeace y que ha ido ganando espacio dentro de la agenda y, fundamentalmente, adeptos entre la opinión pública.

El 30 de noviembre se celebrará en París la 21ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, donde, según su página web, se buscará «alcanzar, por primera vez, un acuerdo universal y vinculante que permitirá luchar eficazmente contra el cambio climático e impulsar la transición hacia sociedades y economías resilientes y bajas en carbono». Este encuentro parece determinante. De hecho, hace unos días el presidente Correa se mostraba contundente: «Si en esta conferencia fracasamos y no logramos acuerdos vinculantes […] podría empezar el entierro de nuestra civilización». Esta declaración corresponde al discurso de inauguración de la Conferencia Internacional de Desarrollo Sostenible, un evento que tuvo lugar la semana pasada en la sede de UNASUR. Pero este no fue el primero, ni será el último, encuentro ecológico de este año.

A fines del mes de abril se reunieron en el Vaticano académicos, religiosos y políticos en una sesión de trabajo que se tituló Proteger la Tierra, Dignificar la Humanidad. La jornada culminó con una declaración final que decía: «Nuestro mensaje es uno de advertencia urgente, porque los peligros del Antropoceno son reales y porque la injusticia de la globalización de la indiferencia es grave. Sin embargo, nuestro mensaje es también uno de esperanza y alegría. Un mundo más saludable, seguro, justo, próspero y sostenible es posible».

Este encuentro sirvió como insumo -uno de los últimos, de hecho- de la encíclica papal que se publicó el pasado 18 de junio, la primera que trabajó el Papa Francisco de principio a fin. Este texto, titulado Laudato Si’ en homenaje -uno más- a San Francisco de Asís y a su Cántico de las criaturas, habla del «desafío urgente de proteger nuestra casa común» y hace un llamado al diálogo, a una conversación que nos una a todos.

Con la encíclica, la cuestión ambiental se ha convertido en un tema de interés universal. Ha trascendido por completo el dominio de especialistas y activistas ambientalistas. El hashtag #LAUDATOSI, con el que el Papa inició una serie de 61 tuits para resumir su encíclica, fue trending topic mundial; solo en el día de su publicación tuvo 95.152 menciones, incluidos tuits de Barack Obama, François Hollande y otros líderes mundiales. El primer mensaje de la serie  decía: «Invito a todos a detenerse a pensar en los desafíos sobre el medio ambiente. #LaudatoSi» Y vaya si lo logró. Además de los apoyos de Obama y Hollande, la encíclica fue elogiada por organizaciones transnacionales como la ONU, la FAO y el Banco Mundial, por políticos de todos los colores e intelectuales de todas las religiones, como la judeo-canadiense Naomi Klein, quien exhortó a los políticos a leer la encíclica entera. De la conversación y la diplomacia al consenso ambiental.

El Papa, con su revolucionaria encíclica, ha puesto al servicio del mundo un texto de una alta rigurosidad científica en una prosa agradable y llevadera. Un documento que, además, apela directamente a los líderes internacionales: «Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común». Los ojos (y las expectativas) están puestos en la COP21.

El pesimismo respecto a la COP21 y a lo que pueda lograr tiene una explicación: el poco compromiso de los países desarrollados. El famoso Protocolo de Kioto sobre el cambio climático, firmado en 1997 entre entusiasmo e ilusiones, se había puesto como objetivo para 2012 reducir, al menos, un 5%, a nivel global, las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, lejos estuvo de lograr su cometido. El Quinto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático expuso que entre 1970 y 2000 las emisiones de este tipo de gases se incrementaron a un ritmo medio anual del 1,3%, mientras que entre 2000 y 2010 lo hicieron al 2,2%. Esto se debió a que el protocolo tardó siete años en ponerse en vigor y que, además, no contó con el respaldo de  países industrializados como Canadá y Estados Unidos -el mayor emisor de gases de efecto invernadero a nivel mundial-. En 2012, la 18ª Conferencia ratificó su segundo período de vigencia y fijó nuevas metas para el 2020. Pero, una vez más, las naciones industrializadas mostraron un débil compromiso: Estados Unidos, Rusia y Canadá no respaldaron dicha prórroga.

Los países más desarrollados son los mayores responsables del calentamiento global. Así lo advertía, hace unos años, el Secretario General de las Naciones Unidas: «El fenómeno del cambio climático ha sido causado por la industrialización del mundo desarrollado […] Es justo y razonable que el mundo desarrollado cargue con la mayor parte de la responsabilidad». Es lo que se conoce como deuda ecológica. El Papa, hacia el final de su encíclica la reconoce y denuncia: «hay una verdadera deuda ecológica, particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países». (O)

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