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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Ecocidio en Amazonía

29 de agosto de 2019

El capitalismo en su fase salvaje y global es un credo que rinde culto al mercado y la muerte, cuyo propósito es convertir todo lo que hay en el cosmos, si fuera el caso las estrellas, en un fetiche mercancía consumible y desechable. Ese sistema y modo de vivir, valorar, consumir y enajenarse, impulsado por corporaciones multinacionales, encarnación de la metáfora de Lucifer, está quemando el corazón de la biodiversidad del planeta Tierra: la Amazonía.

Para quienes dudamos de la existencia de las ánimas, porque persistimos en la constatación sensorial, el desastre de los incendios que están devorando la Amazonía constituye una prueba que nos orilla a la creencia de que en efecto existe el Mal: no de otra manera se puede explicar que grupos organizados y financiados provoquen la desaparición de la selva más biodiversa, reguladora de la temperatura del planeta y productora del 20% del oxígeno necesario para la vida.

Si existe el Mal, devoto de la muerte, ha de existir el Bien, devoto de la vida. En estado místico, no hallamos sino la voz de la historia ambiental, que nos advierte la llegada de la “Venganza de la Gaia” para detener el manicomio del desarrollismo, productivismo y consumismo, del que todos somos, de una u otra manera, responsables.

Se difunde que los incendios son provocados y resultado de una guerra entre los que buscan una transición hacia un capitalismo verde engañosamente sustentable, y los desarrollistas que promueven la deforestación de la selva para ampliar las zonas ganaderas y el cultivo de soja para la exportación a Europa y China. Participan en este escabroso juego, grupos protestantes que, a nombre del dios de las almas individualistas, busca eliminar la cultura de los pueblos originarios.

Da ganas de llorar, no solo por la llaga enorme que sangra en el corazón de la Tierra, sino por la pasividad de los homo sapiens, la especie más charlatana, dependiente y débil de la naturaleza, ahora casi vencida, una vez destruida su capacidad de adaptación armónica a la naturaleza y de organización social.

¿Qué discursos políticos daremos cuando, famélicos, nos enfrentemos a una larga e interminable sequía o al diluvio universal? No hay que dudar que, aun entonces, un puñado de humanoides abordará una nave, con el propósito de realizar inversiones extraterrestres y obtener más ganancias. Aterrizarán, seguro, en un agujero negro. (O)

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