Las tensiones entre las potencias se centran ahora alrededor del control de los mares. Aunque se proyecta la imagen de medición de grandes fuerzas, en realidad lo que se está develando es una debilidad sustancial del conjunto de viejos imperios, por el decrecimiento de la producción y el comercio global. En cinco siglos, las crisis de la globalización capitalista han sido repetitivas, sin embargo, la actual es diferente, porque se trata de una contracción en un nivel de complejidad mayor, caracterizada por la interdependencia, la dependencia de la tecnología y el límite de los recursos naturales.
China está disputando el control del Pacífico meridional enlazado con el mar Índico. Aunque se afirma que debajo de esos mares existe gas y petróleo, lo cierto es que el interés coyuntural está relacionado con la urgencia de controlar las rutas marítimas para el movimiento de su mercancía y materias primas. China es una de las economías más dependientes del comercio externo. Lo aparentemente nuevo, es que hasta hace poco posesionó la idea de la fantástica Ruta de la Seda, que uniría a toda Eurasia con caminos e inversiones. Pero en el contexto de la desaceleración de su economía, se ha hecho evidente el interés por controlar rutas marítimas argumentando derechos absolutos. Ello impediría a otros imperios moverse por esa zona que articula el paso hacia el Índico, e inauguraría un monopolio económico naval, asegurando la supremacía en el abastecimiento a varios mercados que pasan por India, llegan a Europa y se enlazan a cadenas de suministros que alcanzan a América. También EE.UU. y Rusia entran en el juego de pretensiones.
Si damos vuelta a la página de la historia y retrocedemos quinientos años, nos encontramos con una realidad bastante parecida. En el siglo XVI empresas marítimas amparadas por imperios circunnavegaron el globo, colonizaron progresivamente el mundo y se adjudicaron los mares. Las tensiones eran tales, que el imperio español tuvo que organizar flotas navales para custodiar a los barcos que movían mercancías, oro y plata. Tal vez, próximamente ocurra lo mismo: cada imperio se daría de bruces con sus propagadas ideologías de libre comercio, obligados a organizar flotas inmensas, para sortear a enemigos, fueren oficiales o corsarios, como Drake. Serían hundidos, como antes, grandes “galeones”, ahora llenos de chips y minerales.