En al menos dos intervenciones que realizó el ciudadano Hernán Salgado Pesantez a Ecuavisa, se permitió esgrimir las siguientes expresiones:
“(…) yo califico de analfabetos (sic) constitucionales que desconocen las normas en lo más, en lo más simple”.
Y, días después:
“(…) lo digo con toda claridad: los tres jueces nuevos que han venido parece que les quedó muy grande la toga de juez constitucional (…)”.
Quien las profirió se graduó de abogado, ha ejercido la cátedra universitaria, y ha ocupado la presidencia, tanto en la Corte Interamericana de Derechos Humanos (en Costa Rica), así como en la Corte Constitucional ecuatoriana.
A todas luces, en esas expresiones hay una alta carga de denostación y descortesía, y escasas muestras, sea de consonancia con el performance político-jurídico, ni mucho menos de observaciones técnicas proferidas desde la Ciencia Política o desde el Derecho. En buen romance: todo se queda en el agravio y en desmerecer a la persona. La pregunta es: ¿Cuál es el inconveniente? Especialmente cuando -dirán algunas personas- él está ejerciendo su derecho de expresarse, a más de, agregar, que él cuenta con determinado grado de autoridad para manifestarse sobre tema dados sus conocimientos y su experiencia tenida. Sencillo: cae en el abuso y se aleja de la razón, probablemente por lo que ha sido y lo que es y que lo toma como patente de corso para expresarse de esa manera. Y, en definitiva, su actitud pasa a ser inconveniente para la construcción de una sociedad civilizada.
Debo indicar que estoy algo sorprendido de la manera en como el Dr. Salgado Pesantez se ha pronunciado al hacer referencia a otras personas y a sus colegas. No estoy en esta tierra para señalar a una determinada persona. Tampoco me considero ni pretendo ser o convertirme en juzgador de la gente, y consecuentemente lacerar o herir el buen nombre, el orgullo o el sentido de importancia de alguna persona en particular. Peor aún, usar este prestigioso espacio -Decano de la Prensa Nacional- para socializar epítetos o ubicarme en similar o igual posición que motivó al Dr. Salgado Pesantez a dirigirse en términos ácidos y ásperos para con otras personas. No obstante, me preocupa de sobremanera que un ecuatoriano con el más alto grado académico alcanzado (Doctorado, Ph.D.), que ha contribuido a la patria desde las aulas universitarias, y que ha impartido justicia regional y nacional en materia constitucional y en derecho internacional de los derechos humanos, con ese palmarés permita que lo seduzca su ego, su vanidad y tal vez adoptando la conducta de un niño malcriado (aquella que, si no le dan un juguete o le incumplen un deseo, fomenta el berrinche) lance por la borda su ‘background’ profesional y las buenas costumbres que presupone una persona de esas características cognitivas y humanas, y reduzca todo, en su alocución, a la descalificación personal y al menosprecio, inclusive llegando a introducir la duda de la capacidad de otra persona al mencionar: “¿Yo no sé si (mi colega), hasta qué punto habrá hecho algo?”.
Por lo que habla mi Señora Madre de su progenitor, creo que mi abuelo hubiese dicho, si yo hubiera dicho eso: “Si quieres deshonrar y provocar vergüenza, actúa así”.
Nuestros mayores -incluída mi señora Madre- nos inculcan y recuerdan -con bastante frecuencia, al menos en lo que a mí respecta- que, con el pasar de los años, las personas tienen la oportunidad de aprovechar ese transcurrir del tiempo para crecer, no exclusivamente desde la adquisición y comprensión de conocimiento, sino sobre todo en lo que atañe a madurar, a comprender de forma auténtica lo que implican adjetivos tales como: ‘respeto a la dignidad de las personas’, ‘tolerancia’, ‘crítica constructiva’, y ‘sindéresis’. Sin embargo, habemos quienes (y me incluyo, dado que aún lucho cada día para ser menos inmaduro y arrogante) pese a ser testigos de la vida ejemplar de aquellas y aquello que tienen canas en su cabeza y que simbolizan la acumulación de ‘años bien vividos’, constituyéndose así, hoy por hoy, en personas íntegras, de honor, dignas de emular su comportamiento, y cuya conducta para con los demás ni de lejos se acerca a la línea roja que está representada en la palabra armada de ofensa, de grosería, y hasta de perjuicio a la imagen ajena.
Desde luego hay excepciones: casos de algunas personas adultas mayores quienes asumen que su condición (y con más énfasis si han tenido reconocimiento público por lo que han sido y lo que son) las faculta para actuar de forma irrespetuosa y romper todo código de madurez al hacer uso de la herramienta más destructiva que existe como lo es el lastimar a través de la denostación y la descalificación, entrando así en el campo personal, dejando -en el mejor de los casos- en el último lugar a la rigurosidad y severidad en cuanto al análisis del criterio ajeno con el que se concuerda/discrepa, y, consecuentemente el acercamiento/alejamiento al mismo.
De nuevo: jamás en mí encontrarán apreciaciones contra persona alguna; sí sobre sus ideas o sus argumentos. ¡Así se deja el subdesarrollo! Pero, lo más importante: se construyen sociedades civilizadas, donde se solemnizan reglas tan básicas como el abstenerse de herir, la decencia, la honestidad intelectual y la no funcionalidad a aquellos criterios que sean mayormente simpáticos, aunque sean legítimos.
Puedo sostenerlo: respeto al Dr. Hernán Salgado, por sus servicios prestados al país, pero sobre todo por ser persona, como yo y como ustedes. Pero, como académico en formación y como persona de bien, creo que hoy usted, Dr. Salgado Pesantez, puede reflexionar en “Por qué dijo lo que dijo”. Comprendo que su pensamiento, que es legítimo, lo conduce a pensar que quienes hoy están impartiendo justicia constitucional y legislando y fiscalizando, para usted, se equivocan. ¡Es su derecho pensar de esa manera! En eso, en desear pensar así, estamos de acuerdo. Irracional pretender que usted piense de una determinada manera. Pero, de la forma en que usted lo difundió, al entrar a ‘lo personal’, no se muestra el camino de lo que usted considera que es correcto, ni mucho menos se persigue que se enmiende y se obre conforme el estricto Derecho, si es que ese fue su objetivo. Dispénseme si una persona como yo (con sus primeros pasos académicos y profesionales) se lo reprocha, pero es irracional pensar que, con base en herir y crear resentimiento se puede ‘alzar la voz para persuadir’, o peor aún para aportar positivamente al debate de nuestros días. Anhelo que usted tenga en mente que sus expresiones rozan con aquellas que debilitan el capital humano de quienes usted hizo referencia, y, envían mensaje al resto de la sociedad: “Ante lo que se considera incorrecto, hay que lastimar, mediáticamente hablando”.
Dr. Salgado Pesantez, posicionándome en el camino el sendero de la ternura y de la firmeza: así no se muestra el camino. Se lo dice quien, al igual que usted ha publicado libro (con el sello de la CEP Ecuador), tiene publicación científica, ejerce la cátedra universitaria (pregrado y posgrado), y ocupé importante cargo en el país: el primer Defensor del Cliente para el Banco del Pacífico, 2013 - 2017, mediante concurso público con veeduría e impugnación ciudadana.
Dr. Salgado Pesantez, alejándome de la intención que se pueda tener sobre mi persona respecto a subliminalmente querer apropiarme de una voz que brinde consejos, dado que no los doy ni aunque me los pidan; sugiero: evite mermar su capital intelectual y ético que implicó de su parte mucho esfuerzo y perseverancia para alcanzarlo, al referirse de los demás centrándose totalmente en la persona, en pro de herir sentimientos. Lo único que se obtiene de esa manera, como usted mismo lo ha aseverado, es esa sensación de “un mal sabor” en el alma.
Su actitud me hizo recordar un film y una cita de un importante texto sobre relaciones humanas; en ese orden:
-El protagonista comparte una lección de vida: “fácil es herir, difícil es sanar (y ayudar a crecer como seres humanos)”.
-“¿Por qué criticar a las personas? En esas circunstancias, hubiéramos hecho exactamente lo mismo que quienes ahora pensamos criticar”.