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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Dos tristes payasos tristes

Historias de la vida y del ajedrez
26 de marzo de 2015

Dos hermanos decidieron trabajar juntos. Ese día se levantaron más temprano y se disfrazaron de payasos. Al verse, se admiraron de su disfraz. Pero detrás de su sonrisa y bajo su maquillaje ocultaban un gesto de preocupación. Entonces se treparon a un bus repleto de axilas y empujones, con toda la fauna de desempleados y oficinistas, deprimidos, ingenuos, amargados y alguna chica que ponía cara de “pronto me compro mi carro”. De repente, con voz chillona, uno de los payasos dijo en alta voz “Yo soy Cuchillín y mi hermano es Cuchillán. Y esta mañana nos propusimos tomar el primer bus manejado por alguien con cara de pendejo y por eso estamos acá”. La carcajada fue general, salvo la del chofer que se hizo el desentendido mientras obedecía señales de un policía.
Entonces Cuchillán tomó la palabra, “mi mujer me ha golpeado porque le pedí que a mi muerte se casara con Víctor.

Ella preguntó por qué, si Víctor es mi peor enemigo. Le dije que por eso, para que se joda el desgraciado”. Otra carcajada general, incluyendo la de la monja que simulaba leer su libro de oraciones.

“Oye, Cuchillín: si no fuera por el bigote, serías idéntico a mi suegra, dijo Cuchillán. “Pero si no tengo bigote”, respondió Cuchillín”. “Pero mi suegra sí”, dijo Cuchillán. Y otra vez la gran carcajada, pero fue la última de la mañana. Entonces un payaso dijo: “y como ya se rieron y nada es gratis, ahora les toca pagar, manada de hijueputas”. Entonces ambos sacaron de sus maletines dos enormes cuchillos. Uno de ellos lo apretó contra la garganta del conductor y lo obligó a desviar su ruta. El otro advirtió: “al que grite lo atravieso. Lo que tengan lo ponen en este maletín”. Tras el saqueo, Cuchillín ordenó a su hermano abandonar el bus. Pero Cuchillán insistió en robar a los de atrás y dejó el maletín en el piso.

A medio camino se devolvió, inseguro, y su hermano le exigió al chofer detenerse. Los payasos salieron corriendo despavoridos por algún callejón que terminaba en un barranco. A los cien metros, Cuchillín preguntó por el maletín. “Vos lo traías”, dijo Cuchillán. “Lo olvidaste, imbécil” y descargó un puñetazo sobre su hermano. Como perros rabiosos se mostraron los dientes y luego los cuchillos, y terminaron  en el suelo, en una charca de sangre y abrazados. Ellos, huérfanos de libros y de pan, cobijados por los mismos golpes, fueron encontrados así por la Policía. Fue la única vez que estos hermanos se abrazaron en toda su vida. Esta historia es mi versión libre de un relato de Cuentos Olvidados en una Ventana, de Diego Lucero Espín. Y le doy las gracias aunque me hizo llorar. En ajedrez, también hay finales imprevistos.

1: D8C +, R2T
2: D2T mate.

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