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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Dos mundos

22 de febrero de 2018

Cuando se bucea en el fondo de las ideas y representaciones, se puede identificar lo sustancial de una sociedad interpretando su escritura o la forma de sus objetos no utilitarios, que son verdaderos contenedores de imaginarios y códigos.

Al viajar a través de las formas “inútiles” que produjeron hace 3.000 años las sociedades de Europa, sobre todo las del Mediterráneo, encontramos la sustancia en su “arte”, que tuvo como centralidad las imágenes y estatuas de hombres y mujeres rodeados de monumentales edificios. La fijación era tal, que hasta los dioses tenían formas humanas pintadas o esculpidas, siguiendo fielmente el principio del equilibrio y la armonía, dentro de la razón geométrica, que es al mismo tiempo una razón numérica.

Si por el contrario, viajamos en el tiempo hacia nuestros orígenes por medio de las formas “inútiles” que produjeron hace unos 3.000 años nuestros pueblos del área andina, prevalecen las figuras de animales, o en otro caso, las figuras esquemáticas, acercándose en ocasiones a lo abstracto. Las imágenes más singulares muestran una especie de permanente transición entre el estado hombre o mujer, hacia el estado “animal”, o viceversa; de esta manera, el mundo andino creó fantásticas iconografías esculpidas sobre piedra o barro cocido, que contenían la complejidad de la naturaleza.

Al comparar las culturas andina y occidental, por medio de sus formas sagradas, descubrimos que su sistema de ideas y representaciones fue muy distinto. En la cultura occidental prevaleció lo antropomorfo, lo que significa que siempre tuvo como su eje al hombre, considerándolo algo superior con respecto a todas las demás formas de vida, lo que explica una concepción mediante la cual, subjetivamente, el Hombre es Dios y Dios es el Hombre, y por lo tanto preside una jerarquía que concibe a la naturaleza como una “cosa” inferior, destinada a ser usada, explotada y dominada mediante la técnica.

En cambio, la cultura andina, en general, concibió al hombre y a la mujer como parte de un mundo más complejo, elemento de una totalidad constituida por la naturaleza, por ello en sus representaciones siempre aparecen imágenes zoomorfas, algunas de las cuales dejan ver la metamorfosis, es decir la transición de una esencia a otra.

Quizás los dos mundos antiguos tan distintos, el occidental y el andino, coincidieron en algo: su vocación de forma y color para expresar el designio mayor, descubrir el misterio de la vida. Pero la Modernidad capitalista contemporánea no entendió nada: su forma es el dinero, su color el de la muerte. (O)

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