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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Dos mujeres, un vestido

23 de marzo de 2017

Alguien afirmaba que era una persona normal, porque sus emociones y decisiones, sus odios y amores, estaban basados en prejuicios. Y para refutarlo, otro le respondió que él, en cambio, el único prejuicio que defendía era el prejuicio contra quienes tenían prejuicios.

Entre todos los prejuicios, dicen los que saben, el más antiguo y arraigado, el que más se disfraza de muchas cosas, el que más víctimas ha generado, ha sido la misoginia: ese odio y ese miedo a la mujer. 

La discriminación contra las mujeres aparece  en todas las religiones hechas por y para machos, en textos de filósofos griegos, y en las prédicas y en la caza de brujas quemadas vivas a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento.

Para escapar a tanta racionalidad, inteligencia y bondad masculina, hubo mujeres ¡más de las que podemos imaginar!, que decidieron disfrazarse de hombres.

Una de ellas se llamó Dorothy Lawrence y terminó convertida en un heroico reportero de guerra llamado Denis Smith.  Era apenas una adolescente cuando a los 18 años, en medio de la barbarie de la Primera Guerra mundial, robó un uniforme, falsificó documentos, y se alistó en un regimiento. Pero era un soldado muy bello y más de un oficial intentó un acercamiento. Para evitar tales batallas, Dorothy terminó por confesar su identidad al Alto Mando. Fue acusada de espionaje, arrestada, declarada prisionera de guerra, y tuvo que firmar una declaración juramentada en la que prometía no contar su historia para no avergonzar al ejército británico.

Pasaron los años, Dorothy contó su historia, pero su obra fue censurada y se conoció solo muchos años después. Murió a los 68 años, ya loca, en un asilo, y hasta el último día se ocultaba detrás de las columnas simulando escapar de los disparos enemigos.

Otra mujer bravía fue Malinda Blalock. Durante la guerra civil estadounidense, su esposo fue llamado a filas. Cuando supo la noticia, Malinda lo miró con sus ojos azules llenos de lágrimas y decisión, y le dijo: “Combatiremos juntos y, quizás, juntos moriremos. Pero no soportaré la idea de no saber de ti”. Entonces se disfrazó de hombre, dijo que era el hermano de su propio esposo, y destacó en el combate por su heroísmo al punto de ser condecorada.

Y hubo piratas que en verdad eran mujeres, y hasta Juana, la que engañó al Vaticano, que llegó a ser Papa, y fue linchada por la muchedumbre que la acompañaba en una procesión, cuando vio que daba a luz a una criatura. Pero esa es otra historia.

En ajedrez, también, las damas hacen historia con sus poderes ocultos:

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