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El Telégrafo
Ramiro Díez

Dos mujeres, un destino

07 de noviembre de 2013

Un día, entre los esclavos negros que llegaron al puerto de Salem, en EE.UU., un sacerdote norteamericano se interesó en una niña de 13 años, la compró y la hizo su amante. Ella se llamaba Tituba y había sido capturada en las costas colombianas. Alguna vez, Tituba y otras amigas de su edad jugaron en el bosque, bailaron, rieron y se adivinaron la suerte con un rito infantil, de tradición africana.

Pero en Salem todo era pecado: vestir de colores distintos al negro o al café, bailar, o reír. Así que, prisionera de terribles remordimientos, una de las amiguitas confesó aquel pecado grupal y todas fueron llevadas a juicio. En medio de la confesión y de la confusión, una de ellas declaró que habían sido tentadas por el demonio que contaba con poderosos aliados en el pueblo.

“Ustedes querían obligarme a mentir para perder mi alma. Ustedes son los demonios”

Y empezó la paranoia. Casi todos en aquella comunidad fueron considerados sospechosos. Fue la oportunidad para cobrarse pequeñas venganzas y saldar inconfesables envidias. Y tras escenas colectivas de histeria, empezaron a ahorcar a diestra y siniestra, hasta que le tocó a la mujer más anciana del pueblo, viuda, que había pasado los últimos 40 años de su vida encorvada lavando ropa ajena para sostenerse ella y sus 7 hijos. Ante el horror de la acusación, el fiscal se sintió incapaz de aplicar la horca.

Entonces le propuso perdonarla si reconocía su pacto con el demonio. La mujer se negó y prefirió la muerte. Sobre el cadalso, sus últimas palabras fueron: “Ustedes querían obligarme a mentir, para perder mi alma. Pero no lo haré. Ustedes son los demonios. Halen la cuerda”. Y la halaron. Casi 150 años atrás, en Francia, a una jovencita de 19 años la acusaron de bruja hereje. Su pecado había sido formar un aguerrido grupo guerrillero que aterrorizaba al ejército inglés, invasor de su patria, al cual le había causado las más apabullantes derrotas, a pesar de ser el más poderoso de aquel entonces.

La jovencita se llamaba Juana de Arco y, en un momento, fue traicionada por la Iglesia francesa, que simpatizaba con las tropas invasoras inglesas. Llevada a juicio, el cardenal Cauchón fue el encargado de interrogarla. Cuando le preguntaron si llevar el pelo corto y vestir como hombre era consecuencia de un pacto con el demonio, Juana de Arco respondió: “Llevo el pelo corto y visto como un hombre porque es la única manera de ser respetada, porque vosotros tenéis miedo de los hombres. Así evito ser violada”.

Encendieron la hoguera, de todas maneras. Antes, el mismo Cauchón la desnudó a la fuerza y confirmó que era doncella. Por eso se la conoce como la “Doncella de Orleáns”. Es peligroso ser mujer. La historia y las estadísticas lo señalan. Inclusive, en el ajedrez.

Acá juega nuestra gran maestra Carla Heredia (blancas), contra Jake Kleiman, EE.UU. Dos damas en peligro:

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