Finalizado el caso El Universo, alrededor del cual algunos analistas, teóricos, politólogos y entrevistadores sostienen que fue una batalla entre el “poder y los medios”, podríamos ahora preguntar en voz alta: ¿dónde mismo está el poder? Porque la fuerza desatada por la SIP, la Aedep y otras tantas instituciones habla de un “poder” poderoso que no escatima esfuerzo ni plata para defender sus intereses, trabajar con el más férreo espíritu de cuerpo y garantizar una “impunidad” a sus militantes, aunque en privado reconozcan que el artículo de Emilio Palacio jamás lo habrían publicado.
Es fácil generalizar y usar lugares comunes. Está bien como herramienta de lucha política cuando no hay argumentos ni ideas de por medio. Pero lo medular es que el verdadero poder no está en Carondelet ni lo tiene una sola persona, en este caso Rafael Correa Delgado.
¿Qué nos quieren decir los “analistas” cuando dicen que Correa concentra “todos los poderes”? ¿Haber colocado como una verdad que el Presidente quería ser un nuevo millonario dejando de lado su promesa de entregar todo el dinero al Yasuní no habla de la capacidad de un poder que instala verdades, aunque estas tengan más de ficción que de realidad?
Ese otro poder (que sí tiene medios de comunicación donde trabajan periodistas que dicen estar en contra del poder y no se arrodillan ante él) son todas aquellas fuerzas políticas y económicas que se han evidenciado en los comunicados de las Cámaras de Guayaquil y Quito. Incluso, uno de sus titulares, el mismo día de la sentencia llamó a las Fuerzas Armadas a detener a la “tiranía”. ¿Cómo se llama eso?
El poder, en democracia, todavía no ha llegado a ser ni popular ni participativo, porque el modelo de acumulación económica no se ha transformado y sigue en manos de unos poderosos empresarios. ¿No?
Y mientras ese poder tenga medios de comunicación, directa o indirectamente, no habrá “poder político” y menos una persona que los derrote fácilmente, y mucho menos “ponerlos de rodillas” como argumentan los “hipercríticos” de Correa.
La diferencia, con el caso El Universo, es que el poder de Correa estuvo en su determinación política para afrontar una lucha contra unos “poderosos poderes” y en esa batalla invirtió su capital político y hasta su imagen, lo cual está por verse hasta dónde lo afectó o deslegitimó.