Si se tratase de una mujer, seguramente doña Prudencia estaría entre las más respetadas y escuchadas. Esta virtud, que deberíamos practicar con mayor frecuencia, seguramente evitaría muchos males que hoy azotan a la humanidad, pues es fundamental en todo campo que podamos imaginar, desde los nexos familiares, estudiantiles y laborales, hasta las relaciones con el Estado, las autoridades y la sociedad en general; desde conducir un vehículo por una calle cualquiera, hasta firmar un contrato o dar una declaración en público.
Mientras más repercusiones tengan nuestros actos, más importante será actuar con prudencia, y mientras más jóvenes seamos, menos uso haremos de esta virtud. Por esta simple y lógica ecuación, ha sido tradicional en todas las culturas desde tiempos remotos, que las personas de mayor edad sean quienes dirijan los asuntos más importantes de una sociedad, en contraste con la insensata corriente de hoy, que promueve el encargo de temas clave a personas jóvenes que no han alcanzado la suficiente madurez psicológica que produce paciencia, dominio propio y prudencia.
Si bien el conocimiento técnico y científico, que se obtiene en las universidades y otros centros de instrucción superior, proporciona las herramientas para desarrollar proyectos y ejecutar acciones que otros no podrían realizar, solo la experiencia proporciona las garantías suficientes para el acierto en cualquier empresa, y la madurez que dan los años permite al hombre el sosiego y el equilibrio que pueden dar a luz la prudencia no obtenida en aulas ni laboratorios.
Sin embargo, es propicio mencionar que “las canas son garantía de edad, no de prudencia”, como decía Platón, lo cual nos recuerda que hay personas de avanzada edad con muy escasa prudencia. Esta verdad no debilita, en absoluto, el argumento de la equivalencia entre madurez y prudencia, sino que nos aclara casos de personas que jamás lograron sensatez, pese a su larga vida.
“Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría y el hombre que alcanza la prudencia, más vale su ganancia que la ganancia de la plata y su renta es mayor que la del oro”, reza uno de los proverbios del famoso rey Salomón. Pese a lo racional de esta frase, abundan los argumentos a favor de la temeridad como opuesto a la prudencia, pues es una forma de azuzar determinadas acciones a veces ilegítimas y mezquinas, pero aplaudidas por grupos de insensatos. Por mi parte, saludo a doña Prudencia y os animo a vosotros a ser su amigo, pues ella puede evitarnos muchos males.