“Don Goyo” (2024) es la reciente adaptación al cine de la clásica novela homónima de Demetrio Aguilera Malta. Su director y guionista, el ecuatoriano Jorge Flores Velasco, ha tomado la primera parte de la novela de 1933 y la ha actualizado, además de hacer un perfil de Don Goyo, poniéndolo como un espíritu de la naturaleza.
Es claro que la adaptación de obras literarias no es tarea fácil, más aún con la obra de Aguilera Malta. La novela “Don Goyo” desde ya es compleja por los planos narrativos que se superponen, donde lentamente el personaje, mito y portavoz de la naturaleza, aparece y controla el devenir la comunidad de habitantes que talan del mangle. Las historias como la de Cusumbo, un montuvio cuyo destino es azaroso y trágico, o las de los habitantes del manglar que se saben explotados y necesitan de la venta de la leña para mantener sus hogares, e incluso la de Don Goyo, una presencia respetable y omnímoda, configuran una obra por la que se siente el aire de la época, una cuando la costa está cambiando por efecto del comercio, al mismo tiempo por los efectos medioambientales. La novela, por esta razón, fluye entre el realismo social a un realismo mágico, pero, sobre todo, entre la reflexión sobre el influjo del capitalismo en colectividades que aspiran incorporarse a duras penas a la modernidad, a otra con vocación ecológica. En este último marco, la novela se adelanta al actual ecohumanismo o el solarpunk, lo que quiere decir que tras su estética fantástica habría un discurso que valora y hace conciencia de la necesidad de volver a la naturaleza, contra la idea de saquearla.
Pues bien, “Don Goyo”, la película, recupera algo de la novela de Aguilera Malta, aunque la transforma extrañamente: Cusumbo es una mujer, la cual trata de sobrevivir en un entorno machista; en lugar del mangle, la historia se desarrolla en una zona tropical donde se explota la caña de azúcar; Don Goyo se cruza como una sombra con Cusumbo. Estos cambios que bien pueden señalar problemáticas más actuales como la tensión entre el ser y el deber ser de la mujer constreñida por un mundo patriarcal violento, o hasta qué punto este mundo, al ser mítico, es asumido como algo normal o natural, podrían llevarnos a pensar que el filme es una muestra del gótico tropical contemporáneo. Pero la novela de Aguilera Malta desde ya tenía indicios de ese goticismo y que se profundizaba con el universo mítico-ecologista por el cual pasábamos del conflicto social a uno más reflexivo: la obra humana sobre la naturaleza tiene consecuencias sobre su vida.
La película de Flores Velasco, así, se queda a medio camino de la reflexión. No basta con una fotografía preciosista y unas soberbias tomas aéreas del paisaje para resaltar el poderío de la naturaleza donde los seres humanos son hormigas, o un ritmo sostenido gracias al montaje que deja apreciar el entorno, la convivencia social y los rostros de los campesinos. El director olvida la complejidad de los planos narrativos de la novela y une pronto la trama desgraciada de Cusumbo con el salvífico discurso de Don Goyo, a quien, además se le ha ataviado con un traje que simboliza su conexión con la naturaleza. Es decir, tras verlo como un fantasma errante en medio del bosque, de repente es alguien que acoge y da bríos a Cusumbo. Y esto nos lleva, como espectadores, a preguntarnos: ¿qué finalmente vimos? La cuestión, si bien es abierta, al mismo tiempo nos deja con un aire de vacío porque el filme se decanta por las palabras del personaje cuando la novela lo hacía mediante los planos por los cuales se construía lo alegórico. “Don Goyo”, con todo, abre de nuevo el debate de cómo trasponer obras literarias, a sabiendas que hay unas que pueden ser fáciles, frente a otras cuya complejidad implica pensamiento crítico-analítico.